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¿POR QUÉ MIRÁIS AL CIELO?

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Al cielo sólo se llega caminando hacia lo hondo de nuestro ser (Fray Marcos)

8 de mayo, VII domingo de Pascua La Ascensión del Señor.

Lc 24, 46-53

Después los condujo fuera hacia Betania y, alzando las manos los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.

En una sala del Museo del Prado se encuentra un óleo sobre tabla -La Ascensión del Señor- del pintor Juan de Flandes (1460-1519). Todos los personajes del cuadro miran al cielo mientras lo realmente importante y significativo de la escena son las huellas de Jesús ancladas en la roca. Ese es el Jesús que nos queda; el que sin descanso recorrió ciudades y poblados relatando parábolas de ayuda a los necesitados: el rico Epulón y el pobre Lázaro, el buen samaritano.

El que en Lalibela, ciudad monástica ortodoxa del norte de Etiopía fundada por el rey Gebra Maskal (1172-1212), ha dejado su huella terrenal en las iglesias rupestres excavadas en la roca bajo el suelo, y declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978. En ella echó el ancla el Evangelio, y desde ese púlpito predica el mandato de Jesús claro y vigente: "Id al mundo entero y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc. 16, 15). Por ello, la nueva presencia del Resucitado es luz que ilumina en su Iglesia y hace que sus seguidores constituyan la comunidad de vida y de salvación.

¿Somos nosotros zarza ardiendo para los otros? La poetisa norteamericana Emily Dickinso (1830-1886) escribió hace más de un siglo: “Si logro evitar que un corazón se rompa / no habré vivido en vano. / Si logro disipar el sufrimiento de una vida / o calmar un dolor / o ayudar a un desfallecido petirrojo / a volver a su nido / no habré vivido en vano”.  Y esto sí que de veras es ser zarza ardiendo. Como lo fue nuestro Caballero de la Triste Figura en la primera parte, capítulo XVIII, donde Cervantes relata este episodio: “Sancho le vino a creer y a decirle: ¿Señor. pues qué hemos de hacer nosotros? ¿Qué? dijo Don Quijote, favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos”.

La nube que lo “oculta”, dice Schökel, mientras subía al cielo no nos está indicando su “ausencia”, sino una forma distinta de su presencia. De aquí en adelante, Jesús estará presente entre nosotros a través de su Espíritu, cuya misión en la comunidad es ser memoria permanente y dinámica para que no nos olvidemos de lo que dijo y lo que hizo. Lucas -el único evengelista que habla de ascensión- termina su relato presentándonos a los discípulos como pasmados, mirando al cielo y a unos personajes vestidos de blanco que les reprochan: “Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?”

Jesús dejó sus huellas clavadas en la tierra, pero los hombres se quedaron pasmados con la mirada fija en las alturas. Y se fueron a no se sabe dónde. “Al cielo sólo se llega caminando hacia lo hondo de nuestro ser” dice el Padre Marcos, pues sólo en lo profundo de cada criatura podemos encontrarnos lo divino. Por eso yo quiero ser lucero en ese cielo.

 

NEBULOSA

Jerónimos piadosos
en hábito castaño,
los robles de los montes
contemplan el valle ensimismados.

Y en los cielos,
amenazantes sombras espectrales
habilidosamente elaboradas
donde no hay indulgencia plenaria
que les de paz consigo mismas.

Inolvidable éx-tasis
de caos y decadencia,
donde jerónimos y robles,
indulgencias y sombras
desaparecen en el Cosmos.

Tu masa de materia
cósmica celeste
-difusa y luminosa
con aspecto de nube-
son lugares y cuna
donde nacen estrellas.

Engéndrame en tu vientre,
que quiero ser lucero en ese cielo.

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

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