SOMOS PAN DE VIDA
Enrique Martínez LozanoJn 6, 1-15
Con este relato, el autor del cuarto evangelio introduce una de sus afirmaciones fuertes sobre Jesús: "Yo soy el pan de vida" (6,35.48), "el pan bajado del cielo" (6.41.50.51.58). Y desarrolla extensamente lo que se conoce como un doble discurso, acerca del "pan de vida" (6,33-50) y de la "eucaristía" (6,51-58).
En el primero de esos discursos –así como en los signos que lo preceden: la multiplicación de los panes y el caminar sobre el agua-, Jesús es presentando como el "nuevo Moisés", que ofrece el "verdadero maná" y que cruza el lago (como si de un nuevo "mar Rojo" se tratara), para conducir al pueblo, a través de un "nuevo éxodo", a la tierra de la libertad y de la vida.
Con el segundo, el autor del evangelio sustituye nada menos que el relato de la institución de la eucaristía. En su lugar, como es sabido, introducirá la narración sobre el lavatorio de los pies (13,1-20).
El texto que leemos hoy constituye, como decía, una especie de introducción al mensaje que vendrá a continuación. En ese sentido, podría decirse que se trata de un "pre-texto", en forma de catequesis, dotado de un profundo simbolismo.
De hecho, comienza con una pregunta que el propio evangelista reconoce que es retórica (pues "bien sabía él lo que iba a hacer"). Pero, aun retórica, sirve para enmarcar adecuadamente la narración completa, al hacerla arrancar de un objetivo claro: "que coman estos".
En otro lugar de este mismo evangelio, se ponen en labios de Jesús estas palabras: "He venido para que tengan vida, y vida en abundancia" (10,10). Las que hoy comentamos van en la misma dirección.
"Que coman": si se refiere al pueblo judío, al lector no le resulta difícil evocar la historia del éxodo y del maná, como muestra del cuidado de Yhwh. Aquí nos encontramos a Jesús, preocupado también por el cuidado de su pueblo, hasta el punto de que será ese cuidado el que desencadenará toda la acción.
Sin embargo, desde nuestra perspectiva, es legítimo referir estas palabras al conjunto de la humanidad. Con ello, indudablemente, los destinatarios de la catequesis se han multiplicado, hasta el punto de que a todos ellos alcanza el interés que Jesús manifiesta: "que coman".
Y aquí es donde empieza a desplegarse todavía más la riqueza de simbolismo que encierra el relato, y que es susceptible de varios niveles de lectura.
Uno de ellos es el ético, que nace del amor y nos pone en movimiento para favorecer que "todos coman". Se suele decir que la ética es el criterio de verificación de toda religión y de la misma espiritualidad. No porque se priorice ningún tipo de voluntarismo, sino porque constituye el test donde se muestra la calidad del amor y, paralelamente, la desegocentración. Sin esta referencia ética, alguien podría pensar que se halla en algún elevado peldaño espiritual cuando en realidad estaría solo en un autocomplaciente paraíso narcisista.
Pero hay también otro nivel específicamente espiritual. (Nuestro lenguaje es limitado, y nos vemos obligados a separar para poder analizar; la realidad, sin embargo, es una, y aquel compromiso ético es ya, en sí mismo, espiritual). Será en este donde se presente a Jesús como "pan de vida". ¿Qué es lo que eso significa?
La imagen es clara: Jesús constituye el alimento que nos hace vivir. Lo que cambia es el modo como la comprendamos.
En un nivel de conciencia mítico (con restos aún del nivel mágico), era normal que Jesús fuera visto como alguien capaz de multiplicar los panes, en un sentido literal. Del mismo modo, y desde un modelo dual de conocer, tenían que verlo como el "salvador" que, desde fuera, proporciona alimento para nuestra vida, en cuanto se creyera en él.
En ese marco, creer tenía un marcado componente mental; se trataba de una adhesión a la creencia de que Jesús era el Salvador divino y de que, en virtud de esa adhesión, éramos ya salvados.
Al modificarse tanto el nivel de conciencia como el modelo de cognición, se hace necesaria una "traducción" de aquellas afirmaciones al nuevo "idioma". Y empezamos a reconocer que Jesús no salva "desde fuera" ni es alguien "separado" de nosotros. Por tanto, lo que realmente alimenta no es la adhesión mental a su mensaje, ni siquiera el seguimiento a su persona.
Jesús salva y alimenta porque es pan. Y eso es lo que, en el nivel más profundo, somos todos. No somos convocados, por tanto, a "creer" que Jesús es el que alimenta a la humanidad, sino a reconocer que el Fondo último de todo lo real es ya alimento, pan de vida. Y si queremos alimentarnos, debemos acercarnos y vivir conectados con ese Fondo que compartimos con él y con todos los seres.
Quien ha "visto", sabe que la Realidad es una. Lo que ocurre es que nuestra mente –no puede hacerlo de otro modo- la "lee" desde diferentes perspectivas, y como consecuencia de esa lectura, la fractura y le coloca nombres diferentes, que nos producen la sensación de que estamos hablando de "varias realidades", no solo diversas, sino incluso enfrentadas.
Así, a la "realidad interior", la llama "yo"; a la "realidad externa", la llama "mundo" o "sociedad"; y a la "realidad superior", la llama "Dios". A continuación, esa lectura mental es tomada literalmente, como si correspondiera a la realidad en cuanto tal, y quedamos atrapados en ese engaño dualista.
La Realidad es Una, y Uno es el Fondo que sostiene todo: "mi" Fondo es el mismo y único Fondo de Dios, de los otros y del cosmos. Y ese Fondo es el que alimenta; ese Fondo es el "pan de vida". Estamos vivos en la medida en que permanecemos conscientemente conectados a él y nos dejamos vivir desde él, desde la conciencia clara de que constituye nuestra Identidad última.
Jesús decía con toda verdad: "yo soy el pan de vida", porque también sabía decir: "el Padre y yo somos uno". Viviendo en la consciencia clara de su identidad ("Yo Soy"), él se reconocía como el Fondo del que toda vida brota.
Y es ahí, al entrar en conexión con ese Fondo, cuando descubrimos que lo estamos compartiendo también con el propio Jesús. Y que lo que él era, lo somos todos, aunque lo ignoremos. Todos somos Vida, todos somos "pan de vida".
Enrique Martínez Lozano