El consistorio de creación de nuevos cardenales, el pasado 27 de agosto y el posterior encuentro del papa en el Vaticano, el 29 y 30 siguientes, con cerca doscientos cardenales, marcará un antes y un después en la Iglesia. De hecho, este encuentro, que algunos, erróneamente (e incluso maliciosamente) han querido ver como un precónclave (por las ganas que tiene el sector más conservador de la Iglesia para que el papa deje la sede de Pedro), será histórico.

Ha sido particularmente importante la homilía del papa en la misa de clausura de esta reunión, el pasado 30 de agosto. El papa Bergoglio, comentando el himno de la Carta a los Efesios (Ef 1:3-14), subrayó el estupor que ha de nacer en nosotros, ante “la contemplación del proyecto salvífico de Dios en la historia”. El papa remarcó que en este himno, “el eje, “en Cristo”, es el que rige todas las etapas de la historia de la salvación”. Y es por eso mismo, que “Dios nos involucra en el plan de salvación”. De aquí, y como discípulos de Jesús, la importancia de anunciar la Buena Nueva del Reino, que “es la misión de los apóstoles”, tanto los de ayer como los de hoy.

En su homilía, el papa utilizó diversas veces la expresión, “estupor”, que el Diccionario define como la “inmovilidad causada por una sorpresa extremada, por una emoción intensa”. Y es así como, ante la llamada y el mandato que hemos recibido a anunciar el Evangelio, nosotros entremos en un estado de estupor como el profeta Jeremías en ser llamado por Dios: “Ah, Señor, si no sé hablar...Pero Dios respondió: Irás a todos los que te enviaré y dirás todo lo que te ordenaré. No tengas miedo de ellos, porque yo estoy contigo” (Jr 1:6-8).

Con buen humor (y una cierta ironía), el papa dijo en la homilía que “el estupor nos libera de la tentación de sentirnos “a la altura”, de sentirnos eminentísimos”, (como son llamados los cardenales), y “de alimentar la falsa seguridad de que la situación actual es diferente a la de los inicios”de las comunidades cristianas, pensando “que hoy la Iglesia es grande, sólida y que nosotros estamos colocados en los grados eminentes de la jerarquía” y por eso “nos llaman eminencias”.

El papa subrayó que “el Mentiroso”, es decir, el maligno, el demonio, “busca mundanizar a los seguidores de Cristo” y por eso mismo hemos de saber que “la tentación de la mundanidad nos roba la esperanza”.

El papa acabó su homilía destacando un hecho importantísimo y es que “la Palabra de Dios despierta en nosotros el estupor de estar en la Iglesia y de ser Iglesia”. El papa también remarcó la importancia de volver a aquella Galilea (Mt 28:19-20), donde escuchamos la primera llamada a seguir a Jesús.

Es muy significativo que en la homilía de la misa de clausura del encuentro del papa con los cardenales, Francisco (a parte de algunos textos y autores bíblicos), solo citara un nombre propio: el papa San Pablo VI y un único documento pontificio, la encíclica “Ecclesiam suam” del papa Montini, que fue el que llevó a buen puerto el Concilio Vaticano II, después del inicio del Concilio, conducido con audacia por Juan XXIII.

Ojalá que los cardenales inmovilistas que no quieren que cambie nada en la Curia y en la Iglesia, en vez de oponerse a las reformas que está llevando a término el papa, le apoyen. Solo así se abrirá un nuevo horizonte en la Iglesia, que, olvidando las condenas, se convertirá en un espacio de misericordia y de fraternidad, abierta a todos.

Ojalá que los cardenales y todo el Pueblo de Dios, mantengamos bien viva la primavera de las reformas del papa Francisco, para hacer posible un cambio real de las estructuras eclesiales y para retomar y avivar el espíritu de renovación y de “aggiornamento” del Concilio Vaticano II, con una Iglesia, (como le gusta decir al papa) más “poliédrica” y menos monolítica.

Como decía el papa Bergoglio en la homilía de la misa de clausura de este encuentro con los cardenales, citando al papa Montini, “hemos de estar muy agradecidos al papa San Pablo VI, que ha sabido transmitirnos el amor a la Iglesia (por medio de la encíclica “Ecclesiam suam”), un amor que es, antes que nada, gratitud, maravilla agradecida por su misterio”.

Este consistorio habría de ser una buena ocasión para impulsar una Iglesia más sinodal y más humilde, lejos de la parafernalia, el inmovilismo y la arrogancia de algunos curiales. Una Iglesia que aprenda a escuchar antes de hablar, que perdone sin condenar, que acoja sin juzgar. Este consistorio habría de ayudar al Pueblo de Dios, como decía el papa en su homilía, a volver a “Galilea”, a nuestra Galilea, a la Galilea de la Iglesia, donde Jesús nos llamó a seguirlo, para así convertirnos en discípulos del Maestro, como lo fueron los primeros amigos que siguieron a Jesús. Una Iglesia alejada de la pompa y del oropel, de la suntuosidad y de los honores.

Cuando hace diez años de la muerte del cardenal Martini, el papa Francisco está llevando a término el anhelo del quien fue arzobispo de Milán, cuando decía que “ser pelegrino significa experimentar la novedad” (no la rutina), “de tener el gusto y el deseo de nuevas aventuras y sentirse capaz de afrontar las dificultades” que encontramos en el camino a recorrer.

Si el papa Juan Pablo I, como nos ha recordado mossèn Norbert Miracle, “trabajó para aplicar el Concilio, sin huidas hacia el pasado, subrayando la necesidad de un cambio en las estructuras de la Iglesia” (El Bon Pastor, nº 148, septiembre de 2022), también el papa Francisco, siguiendo el camino abierto por el papa Luciani, quiere cambiar las estructuras pesadas, estériles y arcaicas de la Iglesia.

Con esta constitución apostólica, el papa nos invita a “remar mar adentro” (Lc 5:4) y, como hizo Jesús, el papa nos invita, no a quedarnos en la orilla del lago, sino a ser audaces, a dejar las seguridades y los privilegios y a adentrarnos en el mundo que desconoce a Jesús y que tiene sed de transcendencia y de espiritualidad. El papa no nos invita a quedarnos encerrados en nosotros mismos, sino a salir a los caminos y a las plazas a anunciar el Evangelio. Y es que una Iglesia encerrada es una Iglesia enterrada, estéril y sin frutos. Jesús no nos invita a vivir adormecidos, anestesiados o llenos de cobardía. Y es que no hemos sido llamados por Jesús para quedarnos inmóviles, bloqueados, centrados y encerrados en nosotros mismos, temerosos de un futuro desconocido, reducidos a meros funcionarios de la religión, sino a proclamar, con audacia y valentía, con alegría y convicción, la Buena Nueva del Reino.

Con la constitución apostólica, “Praedicate evangelium”, el papa Francisco nos invita a vivir la comunión, la evangelización y la misión, para que con este texto suyo podamos abrirnos al futuro y caminar en la esperanza. El papa Francisco, que es un hombre audaz y valiente, sueña con horizontes nuevos y con nuevas utopías, para hacer realidad una Iglesia más sinodal, una Iglesia abierta a las nuevas realidades de nuestra sociedad. Y eso el papa lo está llevando a término a pesar de las reticencias que encuentra en aquellos que más lo habrían de apoyar. Y es que el papa Bergoglio, como lo fueron los obispos Pere Casaldàliga, Óscar Romero o Hélder Cámara, es el máximo exponente de una Iglesia libre y esperanzada.

 

Josep Miquel Bausset

Religión Digital, 02.09.2022

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