El arzobispo de París, Michel Aupetit puso su cargo a disposición del Papa, tras admitir una relación con una mujer, el pasado miércoles 26 y, una semana después, Francisco le aceptó la renuncia de manera fulgurante. ¿Le echó Francisco por esa relación, que el mismo arzobispo emérito de París calificó de 'ambigua', o hay algo más? Parece ser que hay más y son varias las lecciones que se pueden extraer del caso.
El propio Papa, respondió a una pregunta sobre las causas de la aceptación de la renuncia de Aupetit en la rueda de prensa del avión de vuelta de su visita a Grecia y aseguró: “Fue una falta de él, una falta contra el sexto mandamiento, pero no total, de pequeñas caricias y masajes que hacía a la secretaria, ésta es la acusación. Esto es pecado, pero no es de los pecados más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves. Los más graves son aquellos que tienen más carácter angelical: la soberbia, el odio”.
En principio, no se trataría tanto de un tema de una eventual ruptura de la promesa del celibato y, aunque es cierto que al Papa no le gusta la doble vida ni la doble moral ni la hipocresía de sus obispos, la verdad es que acepta la renuncia del arzobispo de París sobre todo por sus abusos de poder. “La soberbia”, que dice Francisco.
Porque los abusos del alto clero no son sólo sexuales, sino de conciencia y de poder, sobre todo. Y éste parece que fue el caso de monseñor Aupetit. Un obispo chapado a la antigua y que ejerció su cargo en clave de poder. Con el típico 'ordeno y mando'. Autoritarismo del más puro corte clerical.
No hay que olvidar, en efecto, que dos de sus obispos auxiliares, que, además, eran sus vicarios, renunciaron en un lapso de 4 meses, y que el cierre radical del famoso Centro Pastoral de San Merry y su negativa al más mínimo diálogo con los implicados, causó escándalo no solo en Francia sino en el extranjero. El autoritarismo de Aupetit fue, pues, la razón fundamental de que el Papa le aceptase la dimisión.
Una primera lección es, por lo tanto, este aviso papal a navegantes: El obispo es un servidor de la comunidad, que, a veces, va delante, pero otras muchas, en medio de ella o por detrás. Ya no es posible, según Francisco, dirigir una diócesis sin contar con los órganos consultivos, sin sinodalidad alguna, imponiendo siempre el santo criterio del prelado de turno. ¿Se han dado por enterados monseñor Zornoza o monseñor Munilla, que gobiernan sus respectivas diócesis en desacuerdo con gran parte del clero y del pueblo? ¿Por qué no presentan su renuncia, antes de que se la pidan de Roma?
Pero hay más lecciones que extraer del caso Aupetit. Por ejemplo, que un obispo no puede mantenerse al frente de una diócesis, si no es querido ni es aceptado por la mayoría de su clero y de su pueblo. Como dice Francisco, un obispo no puede gobernar cuando "ha perdido la fama".
Es evidente, también, que un obispo no puede ni debe llevar una doble vida. Ni puede regir su diócesis si está bajo la sospecha permanente, sea por la razón que sea.
Por otro lado, se constata que los prelados apenas están acostumbrados a presentar su renuncia al cargo y sólo lo hacen cuando se ven entre la espada y la pared y ya no les queda más salida. Véase el caso Novell. Aferrarse el al puesto y al cargo es uno de los síntomas más claros del funcionariado clerical.
El caso Aupetit también cuestiona el sistema de nombramientos de obispos. Tanto en Francia, como en España o en cualquier otra Iglesia del mundo. En el caso de París, la mitra le llegó a monseñor Aupetit por la cerrada defensa que de su candidatura hizo su predecesor, el cardenal Vingt-Trois, y el Nuncio de entonces, monseñor Ventura, condenado por abusos. Y eso que, ya entonces, muchos cuestionaban la idoneidad del apadrinado. Pero, como era el candidato del cardenal saliente y del Nuncio, se llevó la golosa mitra de París.
Quien dice Vingt-Trois en Francia, dice Rouco en España o Ruini en Italia, en sus buenos tiempos. Tres autenticos 'virreyes papales' que, compinchados con los nuncios de turno, nombraban a su antojo y siempre a gente de su cuerda, en un insoportable ejercicio de nepotismo. Rouco llegó a nombrar obispo a su propio sobrino, el actual titular de la diócesis de Lugo, monseñor Carrasco Rouco.
O se revisa a fondo el actual sistema de nombramientos o las costuras de las diócesis se deshilachan. Hay que romper las ternas de siempre, las que siguen reinando en Nunciatura y que cooptan a los carreristas, a los apadrinados, a los que tienen cargos y títulos, pero poca experiencia pastoral y poco 'olor a oveja'. Que las ternas vuelvan al pueblo. Que la gente elija a sus obispos. Ningún obispo impuesto, como ya decía el Papa San Celestino.
Y, por último, el caso Aupetit pone en la picota no el celibato en sí mismo, sino el celibato obligatorio, y pide a gritos la instauración en la Iglesia católica latina del celibato opcional, tal y como está vigente en algunas iglesias católicas de rito oriental.
Porque como dice mi amigo Guillermo K., “si hay tanto abuso de poder y pederastias surgidos del clericalismo, no hay otro camino que una vida más normal para los curas, sin tantas ínfulas sólo porque no se han casado. ¿Tanto mérito tiene no casarse, no criar hijos y vivir solo para la vanidad? El celibato obligatorio no es sobrenatural, su imposición antinatural produce frutos antinaturales, como es obvio”.
Y añade: "Los curas no son solteros. Son solteros por extorsión, a la fuerza, por la imposición antinatural del celibato obligatorio. Y que no vengan con el cuento que el cura lo quiso libremente, porque nadie puede obligarse a renunciar a su naturaleza, pues el contrato es nulo de nulidad absoluta. Este requisito, inventado por clérigos para ostentar un 'status sacral' sobre los fieles, es fuente de patologías amplísimas, la pandemia de pederastias y dobles vidas, entre muchas otras".
Más aún: "No es bueno que el hombre esté solo, voy a darle una compañera adecuada". (Génesis) Mientras se siga manteniendo un antojo clerical patologizante como el celibato obligatorio, el clericalismo resultante seguirá produciendo estragos. El celibato obligatorio aísla la naturaleza humana por más sacralización que se haga de esta mutilación. Y ya sabemos qué pasa cuando se contradice la naturaleza. Cristo no vino a mutilar la naturaleza, sino que la presupone, la cura y la eleva”.
Y en base a todo eso, Guillermo se atreve a plantear una salida a las decenas de miles de curas casados que hay en todo el mundo: "Si hacen grupos y prelaturas de tantas espiritualidades, ¿por qué no prueban con una de curas casados? Así darían lugar a este Signo de los Tiempos... sin perder su obsesión por el control. Ser católico es afirmar 'aquí hay lugar para todos'".
José Manuel Vidal
Religión Digital