La biblista catalana Núria Calduch, la religiosa francesa Natalie Becquart o la monja franciscana italiana Rafaela Petrini. Son algunas de las mujeres cuyos nombres han resonado con fuerza en este 2021 tras ser nombradas por el papa Francisco para ocupar cargos de relevancia en el Vaticano. Pero, ¿qué significan realmente estos nombramientos? ¿Está la Iglesia avanzando con la velocidad que reclaman los colectivos que, de un tiempo a esta parte, han alzado su voz para reclamar la plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres en la Iglesia? Hablamos de estas y otras cuestiones con Roser Solé Besteiro, miembro de la Asociación de Teólogas Españolas y profesora de teología de los seminarios que organiza el colectivo de ‘Dones en l’Església’ y de Teología de las Religiones en el ISCREB.

¿Cómo hemos de interpretar los nombramientos de mujeres al frente de importantes cargos del Vaticano durante este 2021? Según usted, estos movimientos en sí no son suficientes.

Cualquier gesto que provenga del Vaticano que suponga un pequeño reconocimiento público de las mujeres y de su capacidad para ocupar un puesto de responsabilidad, es importante. Hemos estado, estamos aún, tan silenciadas, que un pequeño gesto es un paso hacia adelante. Lo es por dos motivos, al menos: el primero y más importante es el de introducir otras voces distintas a las de los varones en todos los ámbitos de la comunidad eclesial porque, hasta el momento, y en general, casi solo se piensa y se oye en masculino.

En segundo lugar, por pedagogía educativa, para que todo el “pueblo de Dios” se acostumbre a ver mujeres —con voz y voto— en las mesas donde se toman las decisiones, y que hombres y mujeres se acostumbren a ver mujeres en el altar, no solo como lectoras, directoras de canto o que distribuyan la comunión, sino también como predicadoras u otras funciones, para ir caminando, todos juntos, hacia la igualdad ministerial. Sería una buena manera para que todas las mujeres se creyeran dignas de tales oficios y pudiesen entender que no se trata de una cuestión de sexo sino de género.

Cito a Cristina Inogés, en declaraciones recientes: “Que [Nathalie] Becquart haya sido nombrada Secretaria General del Sínodo con derecho a voto, que haya mujeres en la comisiones preparatorias o que yo misma tenga un momento de protagonismo al guiar parte de la meditación no hay que verlo como un triunfo de las mujeres o un éxito de la lucha feminista en la Iglesia”. ¿Está de acuerdo con esta afirmación, entonces?

Si es así, no me queda otra que decir “gracias Papa Francisco porque has escuchado la voz del Espíritu Santo por encima y más allá de lo que las mismas mujeres te han mostrado; incluso sin tener en consideración que, quizá, el mismo Espíritu ha guiado a las mujeres para hacerse escuchar en la Iglesia”. Y a partir de ahora ya no es necesario que salgamos a la calle, ni que nos preparemos, ni que recemos para que este pueblo “duro de cerviz” sea escuchado por el Señor.

No obstante, somos muchas las que pensamos que detrás de nosotras hay una buena genealogía de mujeres que han luchado de verdad (estudiado lenguas bíblicas para no tener que depender de las traducciones de los varones; cuando los eclesiásticos les han abierto las puertas, han llenado las facultades de teología; se han preparado para ser profesoras de teología; han organizado seminarios, cursos, congresos, para formar a las bases; se han manifestado por las calles o se han plantado delante de sus respectivas catedrales con símbolos morados; se ha rezado, se ha rezado mucho, para que el Espíritu Santo, la Santa Ruah, abrieran la mente y los corazones de los eclesiásticos para que descubrieran hacia dónde debe apuntar la Iglesia para que sea luz y sal para el mundo de hoy…. Se necesita más espacio para dar cabida a todos los etc. que se pueden poner).

En este esfuerzo y trabajo nos han ayudado también los hombres: muchos seglares, sacerdotes menos, y muy muy pocos purpurados. Si seguimos en la brecha es gracias a la fuerza del Espíritu que nos mantiene con toda su profundidad en la fidelidad al mensaje del Jesús del Evangelio; nuestra fuerza se funda en este mensaje, no en leyes ni prohibiciones.

Ya sabemos, Cristina, que todo es don, pero si tú no te hubieses preparado, la Iglesia no te habría llamado para este servicio.

Usted sostiene que serán necesarias comunidades cristianas lideradas por hombres o mujeres donde ellas puedan presidir la eucaristía, si es preciso. ¿Lo ve factible, digamos a medio plazo?

En el futuro, creo que esto será lo normal (y no solo por si es preciso, como en el caso de Ludmila Javorova). Una Iglesia de iguales debe estar convencida de la igualdad en dignidad y funciones (aquellas que no se derivan exclusivamente del sexo). Es verdad que no tod@s valemos para todo; no todos los varones son sacerdotes, ni lo serán todas las mujeres.

Supongo que la pregunta apunta a la ordenación sacerdotal de las mujeres. El problema está, a mi parecer, en la fundamentación de la negación de la posibilidad de la ordenación, y este no es el espacio más idóneo para entrar en los argumentos. Es un tema clave que no se trata directamente en los seminarios, tampoco en las facultades de teología, ni de España, ni de Cataluña; en las parroquias, en ninguna homilía (hasta donde yo sé) se habla directamente del problema, algunos sacerdotes lo hacen pero muy bajito y con generalizaciones que a veces ni se entienden; no hay ninguna plegaria en las misas que haga referencia a la ordenación de las mujeres solo se pide que el Espíritu suscite la vocación sacerdotal en los jóvenes, en lugar, quizá de pedir que abra la mentalidad de los hombres de la Iglesia para que descubran allí donde hay vocaciones. Para las mujeres se reserva lo que ahora se llama una vida consagrada. Y las religiosas pueden estar contentas porque ahora ya pueden rezar Laudes y Vísperas, que antes debían conformarse con el “Oficio Parvo”. Alguno dirá: “pero de eso ya hace muchos años, se va avanzando”.

A partir de aquí, no veo factible, ni a medio plazo, que las mujeres puedan presidir una eucaristía. Y contentas estarán muchas si toda la inmensa cantidad de horas que se han destinado y se destinan al estudio del diaconado femenino llega a un final feliz. Es evidente que me refiero al diaconado permanente.

Los colectivos que reclaman plena igualdad entre hombres y mujeres en la Iglesia desean, tal vez, que los cambios se produzcan con mayor rapidez. Sin embargo, a pesar de que la Iglesia se mueve con lentitud, los pasos que ha dado el papa Francisco suponen cambios sin precedentes y no han sido pocos. ¿Qué opina?

Una teóloga española, hace ya bastantes años, empezaba una conferencia diciendo: “Me duele la lentitud...”  Y sí, nos duele a todos, hombres y mujeres, la lentitud con la que la Iglesia quiere avanzar. El papa ha dado unos pasos que hasta hace poco nos parecían impensables, gestos muy importantes que deberían fijar el camino, pero nadie nos asegura que otros papas, o la curia vaticana, piensen igual, que lo hayan aprobado y que sigan por el mismo camino que Francisco ha marcado. Realmente ha sido valiente, pero no estoy segura de que hayan cambiado algunas leyes. Imagino los problemas que tendrá él para defender algunos de los pasos y rezo para que no le falte el valor y que la Santa Ruah le dé la fuerza necesaria y muchos años de vida para que todos, hombres y mujeres, seamos capaces de vivir esta conversión a la que nos está llamando por los caminos de la sinodalidad.

Y pido a Dios que realmente seamos Iglesia en sinodalidad, no que el sínodo sea un evento más. Lo que me gustaría saber es cómo se habla y se valoran estos pasos en los seminarios porque es allí donde se forman los seminaristas, los hombres que tendrán el poder en la Iglesia y, sobre todo, en las parroquias, en el día a día… Además, me gustaría saber si en su formación (no una profesora de una asignatura) intervienen algunas mujeres, lo que sería magnífico para ellos y para toda la Iglesia en general.

¿Cómo se imagina la situación de las mujeres en la Iglesia dentro de 100 años, cuando ni usted ni yo estemos aquí?

Me falta la bola de la pitonisa para contestar…. Si no hay cambios importantes, me imagino unos templos llenos de cabezas blancas y mandada por los varones; aquellos templos de los que hablaba Nietzsche como tumbas del “Dios muerto”. Nuestros jóvenes ya se habrán ido… Prefiero pensar en una Iglesia capaz de entusiasmar, en la que señoreará el Cristo resucitado, comprometida de verdad con los pobres, con los desheredados de la tierra, desligada de las presiones políticas, sin peldaños para escalar puestos honoríficos sino servidora… Gracias a Dios la Iglesia es rica en hombres y mujeres que realmente lo han dejado todo y podrán pasar el “testigo” a las generaciones futuras.

Confío en la acción del Espíritu, aquella Iglesia que nos ha dado y sostiene la fe no puede abandonarnos, de esto estoy segura, Jesús envió a sus apóstoles, hombres y mujeres, hasta el fin del mundo y no la abandonará. Y las mujeres ya no tendrán que desgastarse en luchas estériles y sin sentido. Su lucha será el trabajo de toda la Iglesia como testimonio del amor de Dios para toda la humanidad. Sus retos serán otros, pero yo no los puedo adivinar. Desde el cielo velaré para que todos sean uno (ricos y pobres, hombres, mujeres y los LGTBX, y de cualquier país, raza o nación), buenos instrumentos de la bondad de la que yo ya estaré gozando y que podremos compartir plenamente en una “comunión de los santos” según la promesa del Señor.

 

Jordi Pacheco

Religión Digital

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