Admite que las 'sanciones' de Ratzinger a Mccarrick eran "personales y secretas", y que él no las hizo cumplir.

Burke, Viganò, Müller, etc..., y sus terminales mediático-políticas, conseguirán que este Papado salga mucho más reforzado.

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El ex nuncio en EE.UU. y filtrador profesional, Carlo Maria Viganò, está en paradero desconocido. Después de soltar la 'bomba', perfectamente calculada y sincronizada con algunos de los tentáculos ideológicos y mediáticos de la cultura de la 'fake news', Viganò se ha largado.

Dice que tiene miedo. Tal vez está comenzando a medir las consecuencias de su burdo ataque al Papa Francisco. Y, desde su refugio, y ya utilizado como huida hacia adelante, comienza a matizar y a desmentirse a sí mismo.

Una vez que ha quedado más que demostrado, con un mero ejercicio de hemeroteca, que McCarrick jamás actuó como si Benedicto XVI lo hubiera sancionado, y que el propio Viganò concelebró con él, lo abrazó y dijo que le quería mucho, Viganò dice ahora que claro, que las sanciones de Ratzinger eran privadas, y que nadie podía conocerlas, que el Papa emérito no quiso hacerlas públicas porque McCarrick estaba jubilado y porque, en definitiva, no iba a obedecer.

En una entrevista con LifeSiteNews, una de las terminales de la extensión de la mentira, Viganò apunta que las sanciones contra el ya ex cardenal (porque resulta que, oh, el encubridor Bergoglio, lo ha sancionado quitándole la púrpura, y ordenándole la absoluta retirada de toda vida pública. Y, lo que resulta más increíble para el entendimiento de los ultras. ¡Ha hecho que se cumpla!) eran "personales y secretas".

Tal y como apunta Andrea Tornielli, "McCarrick no obedeció a estas presuntas 'sanciones' del Papa Ratzinger, las cuales, al ser secretar, fueron comunicadas por el representante del Pontífice verbalmente al implicado. Y el implicado, es decir McCarrick, no solo no debía informar a nadie sobre estas presuntas restricciones, sino, efectivamente no les prestó atención. Solo hizo caso en relación con su residencia, pero siguió manteniendo el perfil público que tenía antes".

¿De quién era la responsabilidad de hacer cumplir esas supuestas sanciones? Del mismo que ahora matiza y asume que "no estaba en la posición de imponerlas, especialmente porque estas medidas dadas a McCarrick habían sido comunicadas en privado, puesto que había sido la decisión del Papa Benedicto".

Uno se pregunta: si las sanciones eran privadas y solo las conocían Benedicto (por ser quien las impuso), McCarrick (el sancionado) y Viganò (como representante papal en EE.UU.), ¿por qué Viganò no las hizo cumplir? ¿Pidió Viganó audiencia a Ratzinger para comunicarle que no se estaba cumpliendo su voluntad? ¿Por qué permitió que McCarrick se viera y se abrazara en público, en Roma, con el Papa que supuestamente lo había sancionado a no viajar, no celebrar en público, no dar conferencias? ¿Por qué él mismo dijo en público, en 2012, que McCarrick era "tan amado por tantos"? Y, sobre todo, ¿por qué ataca al único que sí sancionó públicamente al purpurado, con la mayor condena para un cardenal?

La respuesta es simple, y evidente: porque Viganò miente, y sabe que miente. Un ejemplo más de que las intenciones de Bergoglio respecto al cambio en la Curia, y especialmente su denuncia del clericalismo, es más urgente que nunca. Y que los Burke, Viganò, Müller, etc..., y sus terminales mediático-políticas, sin quererlo, conseguirán que este Papado salga mucho más reforzado.

 

Jesús Bastante, Religión Digital, 01 de septiembre de 2018

thomascox.co.uk