Isabel Solá
Lo que gritaba al cielo la monja española tras el terremoto haitiano
"Estoy viva de milagro y me da rabia estar siempre entre los que tienen suerte"
¿Presentía su suerte Isabel Solá, la monja española asesinada en Haití, ya en 2010? Eso es al menos lo que parece desprenderse de este estremecedor testimonio que, en aquel momento, publicábamos en El Mundo, sobre la carta que la religiosa enviaba a sus hermanas de congregación. Un desahogo interior. Un grito a Dios ante el mal inocente. Un testimonio del temple y la 'pasta' de la que está hecha esta mujer extraordinaria. Por su actualidad, lo retomamos.
Lleva años entre los más pobres de los pobres de Haití. Isabel Sola, religiosa de Jesús-María (RJM), había visto todo tipo de miserias y problemas, pero nada comparado con el infierno del terremoto, del pánico y el mal descarnado a los que tuvo que hacer frente. Por eso, ahora, pasados los momentos más trágicos, se rebela en su interior: "No sé qué quiere Dios de mí".
En una carta conmovedora, enviada a sus compañeras, la hermana Isabel comienza con el desahogo del justo ante el mal inocente: "Estoy viva, sí, de milagro... NO SÉ POR QUEEEÉ Y LO DIGO CON UNA RABIAAAA!!! Tanta gente está muerta que siento que estoy muerta con ellos. No sé por qué estoy yo viva... Me da rabia estar siempre entre los que tienen suerte... No sé qué quiere Dios de mí y de todo esto..."
Y después del grito de dolor contra el mismo Dios, la hermana explica su particular calvario. "El terremoto me pilló en casa, en la sala de comunidad, con una religiosa a la que doy clase de español y con Gardine, la postulante."
"El temblor fue horrible, no nos manteníamos de pie y salimos como pudimos fuera y nos tiramos al suelo. El ruido era estremecedor. Oímos un gran estruendo y una nube de polvo y casquetes cayó sobre nosotras. No sé cuánto duró, yo diría que unos 20 segundos o más. Cuando paró nos vimos cubiertas de polvo blanco...".
Cuenta Sor Isabel que, cuando pudo reaccionar se dio cuenta de que "la escuela de secundaria de al lado de casa se había caído. Gritos y gemidos. La gente no sabía a donde ir, no sabía qué hacer, todo el mundo estaba aturdido. Yo que sé... No sé describir...".
"Veía manos pidiendo ayuda"
Superado el primer shock, la hermana comenzó a preocuparse por los demás. "Pensé que en la escuela habría chicos y entré. El polvo no me dejaba ver bien, pero vi varios chicos muertos y una mujer con las piernas cubiertas de bloques pidiéndome ayuda. Tenía la cabeza abierta y las piernas prácticamente cortadas, pero no la pude sacar. Pedí ayuda, pero nadie hacía nada, la gente no sabía qué hacer".
Sor Isabel continúa su relato: "Debajo de los pisos que cayeron veía manos que salían pidiendo ayuda. Por lo menos vi siete u ocho manos que se movían. Me acerqué a tocarlas y a decirles que iba a ayudarles. Pero un nuevo temblor me hizo salir corriendo. Tenía miedo de que más bloques cayeran sobre mí. Miedo no, pánico. No sabía qué hacer".
Y Sor Isabel venció al pánico: "Los chicos me pedían ayuda y volví. No había espacio suficiente para que salieran. Los bloques no les permitían salir. Me fui a buscar un martillo a casa y volví a romper bloques. No tengo mucha fuerza, pero abrí un poco y conseguí que una chica muy flaquita saliera. Todos me suplicaban que los sacara. Pero no pasaban por el agujero. Era demasiado pequeño. Sólo esa chica se salvó. El piso terminó de caer y murieron, porque ya no los oí más".
Con el alma rota, la monja española seguía asistiendo impotente a la muerte de más gente ("la mujer de las piernas también murió al poco rato"), pero haciendo todo lo posible por salvar a los que se encontraba.
"Me fui por la parte de detrás y encontré un chico metido de pie entre los bloques y los hierros. Me pidió ayuda. Estaba hundido y había muchos cables de hierro a su alrededor. Yo sola no podía llegar y los temblores continuaban".
"Salí varias veces corriendo con cada temblor, pero el chico me llamaba y suplicaba que no lo dejara. Le estiré por los brazos, pero era imposible. Era muy grande y estaba muy metido. Me dijo que tenía las piernas rotas pero que le estirara, que si metía las manos y le sacaba los zapatos podría salir".
Y Sor Isabel hizo lo que le pedía el chaval: "Me metí para sacarle los zapatos y me enganché con los hierros, pero se los saqué. Un hombre nos vino a ayudar, me estiró a mí y luego le estiramos a él. Tenía las piernas totalmente rotas y aullaba de dolor. Me fui a buscar el coche y, además de él, metimos a tres más. Todos desgarrados ensangrentados, todos gimiendo..."
"Me debatía entre llorar o seguir aguantando"
Lo que se encontró en la ciudad la hermana fue más de lo mismo: "Caos en la ciudad, ningún sitio a donde ir. Todo bloqueado. Los dejé en el hospital Sacre Coeur, en el patio, porque el edificio amenazaba ruina. No podía hacer más. Algo harían por ellos. No pudimos llegar a casa, todas las casas estaban caídas, mi calle destrozada, nuestra parroquia en el suelo. Dejé el coche en los monfortianos, su iglesia también destruida, había cadáveres por todas partes..."
Ya sin coche, Sor Isabel siguió buscando a sus hermanas religiosas a pie. "Caminé toda la noche en busca de Vivian, que estaba en la otra punta de la ciudad. Cuando llegué, a las 6 de la mañana, se la habían llevado a otro sitio. Cogí un camión para llegar y seguir caminando. Luego me puse a buscar a Middia. La encontré herida cerca de casa sin poder caminar".
Y tras reunir a sus hermanas, Sor Isabel se fue al hospital, a cuidar a los heridos. "Trabajé en el hospital 5 días interminables sin parar. Todos los enfermos con piernas y brazos amputados, cabezas abiertas, desangrados. Hemos perdido a muchos sin poder hacer nada. Me debatía entre llorar o seguir aguantando para soportar el dolor de tanta gente. Nos llegaban por treintenas. No podía más".
Pero Sor Isabel aguantó hasta que una compañera la obligó a dejar el hospital y descansar. Para poder seguir ayudando.
Aunque Sor Isabel ya no es la misma de antes: "No sé qué vamos a hacer. La vida ha cambiado para mí. Gracias por vuestra solidaridad, apoyo y cariño. Todo eso me sostiene". Un ángel en el infierno. Cansado, pero ángel de la guarda.
José Manuel Vidal, Religión Digital, 06 de septiembre de 2016