Es su cardenal de máxima confianza. Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, moderador del G-8 cardenalicio, se ha convertido en una especie de alter ego de Francisco. Valiente, decidido, seguro de sí mismo, no busca situarse ni medrar en la institución. Es de los que mejor entiende la "primavera" de Francisco y la defiende sin pelos en la lengua. De frente y a las claras. Incluso frente al guardián de la ortodoxia, el prefecto de Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, al que le acaba de decir públicamente que "debería ser más flexible".
Algunos se han escandalizado por el tirón de orejas público de Maradiaga al Prefecto de la Fe. Y es que, desde hace 30 años, en la Iglesia se impuso la norma de lo eclesialmente correcto, según la cual un obispo o un cardenal no podía disentir públicamente de otro. Desde la llegada de Francisco, esa dinámica se ha roto y la santa libertad de la discrepancia (en lo accidental, por supuesto) está de vuelta. Como en los tiempos del Concilio, cuando algunos padres conciliares (Lercaro, Alfrink, Suenens...) discrepaban abiertamente del todopoderoso guardián de la ortodoxia, cardenal Ottaviani.
Con su petición pública a Müller de que sea flexible, Maradiaga sólo le recuerda al alto clero que, en la era de Francisco, el primado es el de la misericordia. O dicho de otra forma, primero el Evangelio y después la doctrina. O más pastoral y menos doctrina, sabiendo que la pastoral es el intento de comunicar la doctrina al hombre de hoy, teniendo muy en cuenta los signos de los tiempos.
Y eso, como recuerda Maradiaga, exige cambios. De mentalidad, de estructuras y de personas. Porque, si la Iglesia no cambia, no vive. Aunque el cambio en la Iglesia no sea ruptura, sino evolución.
Un cambio que, según apunta Maradiaga, debe llegar también al ámbito de la moral. De ahí su petición de flexibilidad a Müller sobre la cuestión del acceso a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar. Y en otros temas de moral sexual y familiar, que se abordarán en el próximo Sínodo.
La evolución, también en este ámbito, puede ser similar a la que se vivió en la Iglesia después del Concilio con la aprobación del documento sobre la libertad religiosa, poniendo el acento sobre la libertad de conciencia de cada persona y no sobre la verdad objetiva.
Maradiaga lo ha reclamado claramente frente a Müller. Y frente a los más talibanes que Müller, que se resisten (por inercia o convicción) al cambio de dinámica y de perspectiva. Cual Ottavianis redivivos. Sin darse cuenta que Francisco ha vuelto a descongelar el espíritu y la práctica del Concilio. Y, como dice Juan Mari Laboa, la minoría conciliar que perdió el Concilio y gobernó el postconcilio, tiene que entregar la batuta a la mayoría conciliar. Es hora de pasar el relevo. Sin acritud, con elegancia y sin resistencias. Sabiendo que la mayoría suma, mientras la minoría se pasó más de 30 años restando.
José Manuel Vidal