Las sandalias del pescador son humildes y los zapatos del papa Francisco, más todavía. Se los fabrica Carlos Samaría, un ortopedista, quien cuida los pies del Papa desde hace casi 40 años fabricando sus sencillos zapatos.
El es un hombre muy bueno. Humilde como un pajarito. Sencillo, sencillo, sencillo. Nunca quería que yo le besara el anillo, sí, tira para abajo la mano; y siempre pide rece por mí, en el final del saludo, siempre.
Nunca quería zapatos nuevos. Yo lo forzaba, pero... él decía: "No, arréglelos que con estos ando bien, todavía pueden tener más uso, aparte de que el zapato viejo se amolda mejor al pie...".
Lo cuenta Samaría en el mismo comedor donde compartió comidas con Bergoglio. Se emociona a cada rato y los ojos se le llenan de lágrimas de emoción.
Él viene con el subterráneo, yo le insistía queriéndolo llevar. "No, Samaría, me decía, quédese tranquilo, no pierda tiempo". Y nada, él se iba caminando. Le gusta andar entre la gente, mirar. Hizo una misa en Constitución dos veces para las prostitutas y cartoneros".
"Le donaron un pedazo de tierra, de 7 u 8 hectáreas y él (Bergoglio) hizo una granja para la recuperación de drogadictos y alcohólicos. Hay como 80 que se atienden allí gratuitamente. Y van sicólogos, médicos y sacerdotes. Tienen otro centro similar en Vicente López y Berazategui, otras localidades del Gran Buenos Aires".
El zapatero del Papa tiene 81 años. Sobre la horma tamaño 42/43 fabricó un par de zapatos negros, con suela de goma "para el invierno" y se los envió a Francisco apenas se enteró de que su amigo era el nuevo Papa.
Ahora extraña esas tertulias amistosas y frugales, "monseñor prefería siempre comer algo sencillo", y algún sorbo de vino en el comedor de su casa porteña. Una vez le preparó salmón rosado y Bergoglio se quejó porque se había "puesto en gastos" superfluos para él.
Patricio Downes
[extracto]