No hay acto más humilde que reconocer las propias limitaciones y pedir ayuda. Eso es lo que hizo ayer Jorge Mario Bergoglio al elegir a ocho hombres buenos, muchos de ellos papables en el último Cónclave.

Con este golpe de mano deja claro que está decidido a apostar por una Iglesia más colegiada y corresponsable que, fiel a los principios del Evangelio, actúe en comunión. Bergoglio ha elegido dejar de ser un Papa absolutista para convertirse en un gobernante democrático. Y sabe que para triunfar en su misión necesita rodearse de los mejores y no de aduladores.

Rocío Galván Lamet (El Mundo)