clase 3 NT gonzalo haya

Estamos tan acostumbrados a los pasajes del evangelio, que seguramente no somos conscientes de las grandes contradicciones que hay entre los evangelistas, e incluso entre dos textos de un mismo autor. Reflexionar sobre ellas nos hace descubrir qué tipo de verdad quieren comunicar los relatos evangélicos o qué concepto tenían de la historia.

Este tema pertenece a un ciclo sobre la lectura personal de los evangelios y se plantea desde una Fe Adulta, una fe que trata de comprender -de explicarse- con los conceptos de su propia cultura. Fides quaerens intellectum, como proponía san Buenaventura ya en el siglo XIII.

El hacerse adulto conlleva desengañarse de algunas creencias infantiles, pero también progresar en el conocimiento de la realidad; el adulto se abre a las complejidades de la vida. La verdad no defrauda. El Dios de la fe es el mismo que el Dios de la creación, el que dotó al hombre –se explique como se explique– de la inteligencia.

¿Encontramos contradicciones en la lectura de los evangelios? En un juicio, las contradicciones son un signo de falsedad en los testigos. ¿Cómo se explican estas contradicciones?

Contradicciones en los evangelios

¿Paz o enfrentamiento? La palabra “paz” sale al menos 19 veces en los evangelios, pero también recordamos que Jesús dijo: “No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra: no he venido a sembrar paz, sino espadas; porque he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra; así que los enemigos de uno serán los de su casa” (Mt 10,34-36; este texto hace referencia al profeta Miqueas 7,6). El evangelio de Juan se encarga de resolver esta contradicción al aclarar: “La paz os dejo, os doy mi paz, y no os la doy como la da el mundo” (Jn 14,27). El equívoco está en la manera de entender la paz. El mismo equívoco puede producirse con designaciones como “rico”, “amor” o “Reino de Dios”.

Cuando Jesús envió a los discípulos a anunciar la buena noticia por las aldeas de Galilea, les había dicho que no llevaran bolsa ni sandalias (Lc 10,4); antes de la pasión les aconseja que se procuren bolsa y espada (Lc 22,35-38). Y Pedro en el prendimiento de Jesús tenía una espada y le cortó la oreja al servidor del sumo sacerdote (Jn 18,10; 26,51). En la primera misión tenían que ser sencillos como palomas; en las persecuciones tendrán que ser prudentes como serpientes.

Hay contradicciones más difíciles de solucionar; responden a las tensiones propias de la vida y, más aún, a las tensiones de un Reino que es trascendente pero inmanente.

La salvación ¿es gratuita o depende del esfuerzo humano? La parábola del hijo pródigo es difícil de conciliar con la parábola del juicio final. En la Parábola del sembrador el fruto depende de la tierra que acoge la semilla (Mc 4,1-20); las parábolas de las vírgenes prudentes con sus lámparas de aceite, del vigilante nocturno, del uso de los talentos, insisten en el esfuerzo humano; la parábola del juicio final dice claramente: porque tuve hambre y no me disteis de comer (Mt 24 y 25). Los méritos de cada uno –aunque sólo sea dar un vaso de agua, o dar hospitalidad a un inmigrante– serán retribuidos con “el ciento por uno en esta vida... y, en el mundo futuro, vida eterna” (Mc 10,30-32).

Por el contrario la parábola de la semilla que crece sola indica que la semilla del Reino de Dios “duerma o esté despierto, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto” (Mc 4,26-29). Este contraste resultaba tan estridente que Mateo y Lucas omitieron esta parábola. En el mismo sentido parece insistir la parábola del grano de mostaza, pero su formulación menos explícita fue admitida por Mateo y por Lucas.

El mismo contraste se nos muestra entre la gratuidad absoluta del Reino de Dios y la retribución según los méritos. El Reino de Dios es de los niños, precisamente porque no se les reconoce derechos, ni responsabilidad ni méritos propios. El jornalero de la última hora recibe lo mismo que los que han trabajado todo el día. Las prostitutas, los odiados recaudadores, los samaritanos, y el hermano menor, entrarán antes en el Reino que los observantes fariseos.

Podríamos continuar con otras contradicciones superficiales o de fondo pero, el que lea los evangelios de una manera adulta las encontrará fácilmente. Nuestra sensibilidad actual choca con la idea obsesiva del Antiguo Testamento sobre el pueblo elegido, que continúa en el Nuevo testamento con los elegidos. ¿Tiene Dios preferencias o tenemos todos las mismas oportunidades? ¿Es un bien la pobreza o el dolor? “Bienaventurados los pobres... los que lloran”; pero Jesús curaba las enfermedades y consolaba a los padres afligidos. El Reino es de los pobres, ¡para que dejen de ser pobres!

San Ignacio resolvía de una manera práctica estas contradicciones: confía como si todo dependiera de Dios; actúa como si todo dependiera de ti.

¿Cómo se explican estas contradicciones?

Estas contradicciones pueden originarse por dos o tres motivos, independientes o confluentes. Pueden tener su origen en las ambigüedades de cualquier lenguaje (especialmente aquí, de los evangelios que nos han llegado); o en las tensiones propias de la vida y, más aún, de toda relación entre lo inmanente y los trascendente.   

En cuanto al lenguaje, afortunadamente nos han llegado cuatro evangelios aceptados canónicamente por las primeras comunidades cristianas, a pesar de las diferencias e incluso contradicciones que presentan. Esto significa que estas divergencias no afectaban al contenido fundamental del mensaje de Jesús; más aún, estas divergencias nos evitan caer en la idolatría del literalismo y del fundamentalismo.

Cada evangelista recogió y adaptó relatos orales y fragmentos escritos, arameos o griegos, de comunidades tan distantes y diversas como Antioquia o Roma, judeocristianas o paganocristianas, antes o después de la destrucción del templo de Jerusalén. Inevitablemente esta dispersión implicaba interpretar y aplicar el mensaje en circunstancias muy distintas.

En segundo lugar, todos esos relatos tenían como base la continuidad con los escritos hebreos del Antiguo Testamento, como cumplimiento en Jesús de la Promesa hecha al pueblo judío. La idea de la Historia –tanto judía como de los evangelistas– no era tanto la exactitud de los hechos narrados sino su sentido de salvación ofrecida por Dios.

La crucifixión de Jesús desconcertó a los discípulos, que esperaban un Mesías triunfante. Para explicarla, acudieron a los salmos y a las profecías que habían hablado del Justo que sufre. Basados en ellas, compusieron un relato expresivo del proceso de Jesús, que ninguno de ellos había podido seguir de cerca.

Tampoco tenían datos sobre la infancia de Jesús, pero Mateo y Lucas elaboraron cada uno un relato adaptando ejemplos del Antiguo Testamento. Al narrar la infancia, los evangelistas tenían que situar el nacimiento en Belén porque Jesús era el Mesías, y la profecía de Miqueas situaba en Belén el origen del Mesías, como descendiente de David.

Las frecuentes citas sobre el cumplimiento de las Escrituras nos muestran los textos que los evangelistas reinterpretaron y adaptaron para narrar y explicar la vida de Jesús. La multiplicación de los panes presenta a Jesús como nuevo Moisés, que procuró el maná en el desierto; la resurrección de la hija de la viuda de Naím compara a Jesús con el profeta Eliseo.

También el lenguaje de Jesús nos resulta contradictorio si lo analizamos con nuestra mentalidad doctrinal y jurídica. Por una parte porque Jesús hablaba para el pueblo y tenía que adaptarse a su lenguaje y a sus motivaciones; por otra parte, porque trataba de la relación del hombre con Dios, de lo relativo con el Absoluto, de lo temporal con lo eterno.

Él hablaba para el pueblo, con un lenguaje pedagógico, provocativo, para exhortarles a la fraternidad del Reino de Dios. No pretendió escribir un tratado teológico con conceptos claros y bien definidos; ni un código civil o penal. Propuso ejemplos concretos, esperando que fueran seguidos con libertad, sin imposiciones ni amenazas.

En el imaginario cristiano han quedado indelebles la figura del padre del hijo pródigo y la del buen samaritano. Sin embargo Jesús es consciente de que no bastan los buenos ejemplos, y quiere evitar que los egoísmos de algunos causen grandes sufrimientos a los más débiles; por eso recurre a ejemplos como los del Juicio final, o del el rico epulón, y a exageraciones como lo de la rueda de molino.

La miniparábola del camello por el ojo de la aguja es una muestra de la ambigüedad en que se mueve Jesús entre el ideal de libre aceptación que propone y la necesidad de exigir la protección de los débiles. Pedro se toma muy en serio la radicalidad de Jesús y le replica “entonces ¿quién puede salvarse?”. Esta breve escena es una síntesis de un contraste en sus enseñanzas. Jesús comprende que su ideal de máximos puede llevar a la desesperación o al escepticismo, y muestra la otra faceta de su mensaje: “para el hombre es imposible, pero con Dios todo es posible”.

Esta ambigüedad refleja la tensión entre la justicia –según nuestra estrecha ética– y la misericordia; es un lenguaje que no se comprende desde una estricta ética de obligaciones, sino desde una ética del amor y la misericordia. Una madre comprende la necesidad social de un castigo por robos, vejaciones o asesinatos, pero no dejará de proteger o pedir misericordia para su hijo culpable.

Conclusiones

Estas tensiones no tienen fácil explicación teórica aplicable universalmente. No podemos universalizar cada palabra o ejemplo de los evangelios. Los evangelios no son ni un tratado de teología –con conceptos claros y bien definidos- ni un Código Penal, o de Derecho Canónico.

Ignacio de Loyola, experto en la dirección espiritual, dedica la segunda semana de sus Ejercicios espirituales a contemplar la vida pública de Jesús. Consciente de las exageradas conclusiones que los ejercitantes pueden imaginar, le propone al director que aplique unas Reglas para el discernimiento de los espíritus; de este modo el mismo ejercitante podrá discernir cómo aplicar el ejemplo de Jesús según sus propias circunstancias.

También el Papa Francisco en la exhortación amoris laetitia –al tratar el controvertido tema de la comunión a los divorciados que han vuelto a casarse– recomienda: Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares. Y en una reunión con los Obispos del CELAM les dijo que “sin discernimiento, la fe es ideología”.

Como ya he explicado más extensamente en otras ocasiones, para discernir la voz de Dios –para mí y ahora– puedo conjugar tres fuentes: mi conciencia, el ejemplo de Jesús, y los signos de los tiempos. Son tres imágenes que me llegan como una luz que se refracta al incidir en las limitaciones humanas. El comparar estas tres imágenes me permitirá corregir, en lo posibles, las inevitables desviaciones de cada una.

El evangelio no es un libro cerrado, es un libro abierto a la conciencia del lector. Es una invitación a dar de sí lo mejor de uno mismo. Sólo puede ser comprendido en el espíritu del Reino, en libertad, generosidad y amor. Cualquier interpretación que lo contradiga es errónea, aunque lógica y filológicamente parezca correcta. ¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!

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