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EL CIELO EN LA TIERRA

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Homenaje a Irene Franceschini


La muerte de una colaboradora del obispo Casaldàliga, Irene Franceschini, la tía Irene, estimula el recuerdo de quienes han seguido la trayectoria personal, tan heroica como callada, de los centenares de religiosos católicos que tras el concilio Vaticano II abrazaron la teología de la liberación y la practicaron hasta sus últimas consecuencias en América Latina. El biógrafo de Casaldàliga, Francesc Escribano, rememora el papel que en aquella misión tuvo la monja fallecida hace unas semanas.

 

En estos días, las aguas del río Araguaia discurren tristes. Como todo lo que tiene vida y sensibilidad en la región de Sao Félix, en el Mato Grosso brasileño, estoy seguro de que también echan en falta a la Tía Irene. Si es cierto que la gente como ella muere alguna vez, la Tía Irene murió el pasado 13 de noviembre. Físicamente era poca cosa, pero su fuerza interior era tan grande que cuando hablaba y se movía sonaba la música.

Irene Franceschini llegó a Sao Félix do Araguaia en el año 1970. Se sintió atraída, o mejor dicho, llamada, por la labor que allí estaba realizando un sacerdote que hacía solo dos años que había llegado a Brasil. A pesar del poco tiempo transcurrido desde su llegada, su voz ya se dejaba oír con fuerza en todo el país. Aquel sacerdote tenía un nombre extraño y difícil de pronunciar para una brasileña, se llamaba Pere Casaldàliga, actualmente obispo emérito de Sao Félix do Araguaia, donde mantiene su residencia.

LA VIOLENCIA, la injusticia y la exclusión social que imperaban en la región del Mato Grosso golpeaban como un tiro en el corazón. En aquella tierra y en aquel tiempo no servían las medias tintas, ni las dudas, ni las vacilaciones. A un lado, los indios, los campesinos y los desarraigados que huían de la sequía del noreste; al otro, los terratenientes, los pistoleros y el Gobierno militar. Pere Casaldàliga tomó partido de modo radical a favor de los más desfavorecidos e hizo suya la causa de los pobres.

Desafiando a los poderes establecidos, jugándose la vida cada día, el compromiso de Casaldàliga fue como un reclamo para un gran número de religiosos y laicos que querían cambiar las cosas en Brasil.

Irene Franceschini, la Tía Irene, fue una de esas personas. Era religiosa, de la orden de las Hermanas de San José. Llegó a Sao Félix cuando la situación era más tensa y difícil, lo dejó todo atrás y se entregó en cuerpo y alma a una gente y una tierra que pasaron a ser, definitivamente, su gente y su tierra.

Desde la perspectiva de este nuestro primer mundo en crisis, el tercer mundo parece que cada vez esté más lejano. Existen muchas personas que desde hace años trabajan para acortar las distancias y para acabar con las diferencias. Son gente como Pere Casaldàliga o la Tía Irene en Brasil.

Pero, afortunadamente, hay muchas más. Hay miles de personas en América Latina y en África que han hecho suya la causa de los pobres, que han decidido entregar la vida para mejorar las condiciones de los que viven sin tener garantizados los derechos más básicos. Gente que, a pesar de creer que los pobres ya tienen ganado el cielo, lo necesario es ganar para ellos el cielo en la tierra.

SON MUJERES y hombres que llevan la cruz en el corazón y no en el puño, como los misioneros clásicos. No han querido imponer ninguna creencia, han practicado la inculturación, y así, se han hecho pobres porque se han convertido en uno más de la comunidad en donde se han instalado. No han sido conversores sino convertidos. Esto es lo que siempre ha practicado la Teología de la Liberación, un movimiento que sigue teniendo pleno sentido, a pesar de la persecución que ha sufrido por parte de muchos gobiernos y la desconfianza que siempre ha despertado en el Vaticano.

La entrega incondicional y la opción radical que define a los seguidores de la Teología de la Liberación, asumida por Casaldàliga, no están bien vistas por todo el mundo, y el movimiento tiene aun grandes detractores.

Helder Camara, que fue una de las grandes figuras de esta línea de pensamiento y de acción, lo explicaba con mucha claridad: "Si ayudo a un pobre dicen que soy un santo, pero si pregunto por las causas de su pobreza dicen que soy un comunista".

Casaldàliga, para responder a todos aquellos que afirman que en el mundo de hoy este movimiento ya no tiene sentido, alega que mientras exista Dios y sigan existiendo pobres la Teología de la Liberación seguirá teniendo plena vigencia.

La ayuda y la solidaridad con el tercer mundo no es patrimonio de la Teología de la Liberación, ni tampoco de las organizaciones religiosas. En los últimos años han aparecido oenegés de todo tipo; muchas de ellas son laicas y su origen y su práctica, a pesar de que sean muy similares en muchos aspectos, no se justifican por ninguna motivación religiosa. Los voluntarios que las mueven lo hacen por razones humanitarias o por compromiso social.

Sin querer criticar a estas oenegés, su proliferación ha conllevado que, en ocasiones, existan algunas iniciativas que no están del todo claras y que aprovechan la voluntad de colaboración de los colectivos más sensibles para algunos objetivos y proyectos de dudosa valía.

NO ESTÁ muy de moda hablar bien de la Iglesia católica, quizá porque no invita mucho al elogio lo que hace y lo que dice su jerarquía. Pero hay que reivindicar el papel de la Iglesia como, probablemente, la más antigua y la más fiable de todas las oenegés.

Cuando defiendo a esta Iglesia católica no estoy pensando en el Vaticano ni en la Conferencia Episcopal Española; pienso en muchos pueblos de América Latina que son mejores por la labor que ha llevado a cabo un religioso; pienso en Presentación López, la monja que perdió las dos piernas en una explosión en el Congo y que dijo que lo primero que haría cuando se recuperase sería volver a África; pienso en Jordi Mas, un misionero que se ha pasado media vida en el Camerún y que acaba de recibir el premio Josep Parera en reconocimiento por su entrega incondicional, y pienso, en definitiva, en la Tía Irene. Una mujer menuda que llegó a una tierra en donde faltaba de todo. Y ella les dio su vida.

 

Francesc Escribano

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