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ISAÍAS 35, 01-10 / SANTIAGO 02, 01-05

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ISAÍAS 35, 01-10

Decid a los cobardes de corazón:

¡Animo, no temáis!

Mirad a vuestro Dios que trae el desquite,

viene en persona, resarcirá, y os salvará.

Se despegarán los ojos de los ciegos,

y las orejas de los sordos se abrirán.

Entonces saltará el cojo como un ciervo,

y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.

Porque han brotado aguas en el desierto,

torrentes en la estepa;

se trocará la tierra abrasada en estanque,

y el país árido en manantial de aguas.

 

Este poema de Isaías expresa un precioso símbolo de la bendición que significa la presencia de Dios. En la profecía de Isaías se incluyen varios poemas. Además de ser un hombre profundamente inspirado, el autor es un literato y un poeta magnífico. Este canto es un anuncio "profético", en el sentido de que se expresa la fe en la superación futura de todo mal. Es la misma idea que se representa en relato del Paraíso... hasta la visiones de "LA TIERRA NUEVA Y EL CIELO NUEVO" del Apocalipsis. Más que anuncios del futuro son actos de fe en Dios, el que salva del mal, del caos, de la muerte...

El contexto del canto es El Destierro (razón por la cual el texto no parece ser de Isaías, muy anterior, sino del "segundo Isaías", interpolado más tarde). El pueblo desterrado recibe la promesa del regreso a una Tierra Ideal. Se presenta esta restauración con preciosas imágenes de una naturaleza idílica, la supresión de toda enfermedad, la abundancia, el triunfo de Sión. Dios lo hará.

Textos como éste van a dar lugar, por corrupción, a una esperanza mesiánica deformada. Se entienden los signos como realidades, y se va a esperar un Mesías que realice físicamente todas esas promesas de triunfo exterior, de reconstrucción - para Israel por supuesto - del "Paraíso en la Tierra".

Nosotros entendemos el sentido más espiritual del Destierro - imagen de la vida en oscuridad, privada de la evidencia de Dios - y del Retorno - imagen de la Patria, la restauración de nuestra condición humana en libertad, como Hijos de Dios en la Casa del Padre.

 

SANTIAGO 02, 01-05

Hermanos míos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado. Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le decís: «Tú, siéntate aquí, en un buen lugar»; y en cambio al pobre le decís: «Tú, quédate ahí de pie», o «Siéntate a mis pies». ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con criterios malos? Escuchad, hermanos míos queridos: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?

No necesita explicación especial. Es interesante ver cómo existían ya estos problemas de "acepción de personas" precisamente en aquellas primeras comunidades, presentadas tantas veces (sobre todo en LOS HECHOS) como ideales y perfectas. En este párrafo encontramos una idea común de estos tiempos: la constancia de que los pobres y sencillos han recibido mejor La Buena Noticia.

 

José Enrique Galarreta

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