REVIVIR EL LAICADO
Gabriel Mª OtaloraEl coronavirus ha reforzado la crisis por el trasfondo que subyace de falta de humildad y de valentía para reconocer que se trata de una crisis de orden moral cuya causa principal reside en la violación a los principios de conducta ética elementales y en la desvergüenza del uso indiscriminado, irracional, de los recursos públicos y naturales por parte de cristianos y no cristianos.
Es cierto que la naturaleza golpea la vida al tiempo que nos provee de todo lo que necesitamos para existir: aire, luz, ciclos naturales para alimentarnos y para innovar. Tenemos lo necesario, sí, pero para abastecer a nuestras necesidades, no a nuestra codicia. Este apunte de Ghandi resume muy bien la otra parte del problema latente de esta crisis, que no tiene que ver solo con la naturaleza y los virus que se desarrollan en ella ¿Cómo reaccionamos los cristianos ante la pandemia? ¿Damos prioridad a nuestra ser cristiano por encima de otras consideraciones?
Mucho hablamos de clericalismo, de la Iglesia institución no siempre vista como sinónimo de Pueblo de Dios, de los carismas y del laicado cuya dignidad nos la da el bautismo y no el nivel jerárquico tan unido a la carrera eclesiástica. Lo cierto es que todavía se identifica a nuestra Iglesia con la jerarquía cuando el laicado supone un porcentaje abrumadoramente mayoritario en el número de personas y en la capilaridad que tenemos en la misión de evangelizar. Es evidente una exposición excesiva de la jerarquía y el poder también desmedido dentro de la comunidad cristiana si lo comparamos con lo descrito por Lucas en los Hechos de los Apóstoles.
Crisis esta como la enésima oportunidad de ordenar la Iglesia de una manera más evangélica teniendo presente la importancia de los carismas como servicio siguiendo la actitud que tuvo Jesús ¿Nos falta conciencia laical de nuestra dignidad y capacidades? Creo que nuestro colectivo se encuentra a medio camino despertando de un letargo de siglos en el que parte esencial de esta rémora no está solo en algunos jerarcas y normas: está entre nosotros, en no pocos laicos y laicas, bien por convicción o por la comodidad que supone el letargo espiritual institucionalizado.
Siempre miramos a la jerarquía cuando queremos ser profetas críticos contra una Iglesia alejada de la esencia que nos inculcó el Maestro, a contracorriente de muchas realidades. Quizá sea el tiempo de confrontar en serio nuestro papel eclesial. No reniego de una Iglesia plural, al contrario, porque es un signo de respeto y de riqueza necesaria para avanzar, pues es cosa de peces muertos seguir la corriente. Lo que quiero resaltar es la reflexión Pascual sobre nuestros carismas para que sean potenciados y espoleados.
Y esto no ocurrirá desde la jerarquía, ciertamente que no. Por eso admiro el papel cada vez más relevante de las mujeres cristianas en su posicionamiento crítico y responsable a la vez, cuidándose de no aparcar el servicio a la hora de reivindicarse en su papel de dentro de la institución católica. El integrismo es un mal que acucia a una parte significativa del laicado, olvidándose de su papel, sobre todo en las primeras comunidades cristianas.
Se ha despreciado la religiosidad popular como algo inferior mientras se fomentaba como medio de control a la grey laical, diferenciando incluso al hombre de la mujer en este nivel mínimo de participación y presencia activa comunitaria. La autoridad no es poder, se gana con el ejemplo; no se impone. El liderazgo de servicio se vive, como hizo Jesús. Requiere discernimiento y madurez para vivir cristianamente también el laicado dentro de nuestras comunidades. De lo contrario, no hay ejemplo. Y sin ejemplo, no hay seguimiento.
El gran teólogo católico Juan Bautista Metz, recientemente fallecido, es citado por José Antonio Pagola en su último libro (Jesús, maestro interior): uno de los rasgos de la religión aburguesada que tan poco ayuda a la Buena Noticia es que ya se está diciendo que los cristianos de los países del bienestar, una vez cubiertas sus necesidades materiales, parece que se dedican ahora a buscar su “bienestar espiritual” (sic). No son todos, claro, pero convendrás conmigo, querido lector y lectora, que debemos huir como del coronavirus de una imagen así. Somos los laicos y laicas quienes podemos y debemos cambiar la percepción y nuestra presencia en la actual estructura eclesial con nuestras obras de amor comprometido.
No es algo exclusivo de este tiempo y la sociedad está ansiosa de un sentido que dé esperanza real a la humanidad. Quizá por ello, nos preparamos cada año con otra cuarentena para recibir los dones del Espíritu Santo, encarnados en aquellos primeros apóstoles laicos, del pueblo. Es tiempo de releer Hechos para madurar nuestra fe con obras.
Gabriel Mª Otalora