A
Ti, Señor y Dios nuestro, hemos levantado
nuestro espíritu
y
entonamos en tu honor esta oración de acción de
gracias.
Realmente es justo y obligado que te
agradezcamos de corazón
las
maravillas insondables del universo,
que
para nosotros culmina en la creación del género
humano
y
en nuestra propia existencia.
Gracias, Señor, por ser un Dios cercano y amigo,
un Dios Padre,
que
no quiere ser temido sino amado,
que
no amenaza con castigos sino que es pura
promesa,
un
Dios que es vida y nos abraza ahora y para
siempre.
Deberíamos desvivirnos por servirte, por
complacer tu voluntad,
y
no desfallecer en la construcción de un mundo
verdaderamente feliz.
Pero tenemos que reconocer que apenas cuentas en
nuestras vidas,
que
te hemos marginado, al igual que hemos hecho con
tantos hermanos.
Querríamos que fueras ya, realmente, el centro
de nuestras vidas,
para empezar a vivir aquí y desde ahora nuestra
perfecta comunión contigo.
Aunque no necesitas de nuestras alabanzas,
te
cantamos humildemente este himno de bendición a
tu mayor gloria…
Santo, santo…
Gracias, Padre santo, muchas gracias te damos
por tu hijo Jesús,
que
con su vida y su mensaje ha llenado de sentido
nuestra existencia
y
nos ha iluminado el camino que nos lleva a Ti.
Nos
ha enseñado que no podemos amarte sino amando a
los hermanos,
que
es inútil decirte Señor, Señor, si antes ni
siquiera nos perdonamos,
que
hemos de preocuparnos y ocuparnos de los que más
nos necesitan.
Y
por el mismo Jesús, nuestro buen maestro,
sabemos
que
la mayor felicidad está en darse
desinteresadamente a los demás,
que
sólo alcanzaremos nuestra plenitud humana,
nuestra gloria verdadera, superando nuestros
egoísmos y vaciándonos en favor de la humanidad.
Jesús nos pidió que le recordáramos hoy
repitiendo precisamente estos gestos solidarios,
de total entrega.
El mismo Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
te dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Tenemos presente toda la vida de Jesús,
comprometida hasta la muerte,
y
nos llena de alegría y esperanza creer que ha
resucitado y vive en Tí.
Bendito seas, Padre, por Jesús, el buen hijo,
nuestro consejero y amigo.
Envía, Padre Dios, tu Espíritu santo y
vivificador sobre toda la humanidad.
Estamos muy lejos de hacer realidad tu proyecto,
más lejos que nunca.
La
ambición nos puede, la corrupción nos invade,
somos tan consumistas como nos lo podemos
permitir,
hemos cerrado puertas y ventanas de nuestros
hogares
y
nos hemos hecho insensibles al grito de los que
fuera mueren de hambre.
Somos conscientes, Señor, de que lo bueno y lo
malo de este mundo
es
fruto de nuestras acciones solidarias o
egoístas.
Por
eso te pedimos tu fuerza, porque querríamos
invertir la tendencia
y
asumir responsablemente el papel que nos
corresponde a cada uno.
Nos
proponemos unir nuestras manos y nuestro
esfuerzo
a
todos los hombres y mujeres de buena voluntad,
para que la bondad abunde en la sociedad y la
felicidad sea bien común.
Te
rogamos, Padre Dios, por la comunidad cristiana
con
el deseo de que sea modelo de entrega y
fraternidad.
Te
damos gracias por haber acogido ya a nuestros
familiares difuntos.
En
presencia de tu hijo Jesús, que nos ha convocado
junto a esta mesa,
te
bendecimos con toda nuestra alma, Padre santo,
como esperamos hacer por toda la eternidad.
AMÉN.
Rafael Calvo Beca
PRINCIPIO
Aquí nos tienes, Padre, reunidos alrededor de tu
mesa.
No
estamos aquí porque lo merecemos sino porque te
necesitamos.
Gracias por invitarnos con la Palabra y con el
Pan.
Por
Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
OFRENDA
Nuestro pan y nuestro vino, nuestra vida entera,
ofrecidos en tu mesa, como Jesús mismo,
ofrecido enteramente a Ti en el signo del pan y
del vino.
Haz
que nuestra vida sea de verdad
una
entrega plena a todos nuestros hermanos.
Por
Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Gracias, Padre, por la eucaristía.
Gracias porque alientas nuestra esperanza
y
das fuerza a nuestra fe.
Gracias, Padre, por Jesús, tu hijo, nuestro
Señor.
S A L M O 16
Guárdame, Señor, que me refugio en Ti.
Decid al Señor: "Tú eres mi Dios,
Tú eres mi Bien y no deseo otro".
Aunque todo el mundo corra tras sus ídolos
mi herencia eres Tú, Señor.
Eres Tú quien garantiza mi suerte
Eres Tú mi herencia y mi riqueza.
Bendigo al Señor, mi consejero
y lo tengo presente sin descanso.
El Señor, a mi diestra. El es mi guía.
Así encuentra mi espíritu la paz,
mi corazón reposa seguro,
porque Tú no abandonas mi vida.
Tú me enseñas el camino de la vida
y encuentro ante tu rostro
la plenitud de vida y de alegría.
José Enrique Galarreta