Raíces y superación de la crisis
Al priorizar la acumulación del capital en detrimento de
los derechos humanos y del equilibrio ecológico el
capitalismo instaura en el planeta una brutal desigualdad
social, además de promover la devastación ambiental.
Hoy el 80% de la producción industrial del mundo es
absorbida por apenas el 20% de la población, que vive en los
países ricos del hemisferio Norte. Los Estados Unidos, que
tienen sólo el 5% de la población mundial, consumen el 30%
de los recursos del planeta.
El patrón de consumo de la sociedad capitalista es
insostenible y juega un papel decisivo en el proceso de
cambio climático.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, la suma de los ingresos de las 500 personas más
ricas del mundo supera la de 416 millones de los más pobres.
¡Un multimillonario gana más que 1 millón de personas!
Los muros de los campos de concentración del ingreso son
demasiado altos para permitir la entrada de la multitud de
excluidos. Pero son demasiado frágiles como para impedir el
riesgo de implosión. Hay que buscar una alternativa al
actual modelo de civilización. Y esa alternativa pasa
necesariamente por el cambio de valores, y no sólo por el de
mecanismos económicos.
Si el mundo gira en torno a la economía, y la economía gira
en torno al mercado, eso significa que éste, revestido de
carácter idolátrico, se mantiene por encima de los derechos
de las personas y de los recursos de la Tierra. Se presenta
como un bien absoluto. Decide la vida y la muerte de la
naturaleza y de la humanidad.
De ese modo los fines. la defensa de la vida en nuestro
planeta y la promoción de la felicidad humana, quedan
subordinados a la acumula-ción privada de riquezas. No
importa que la riqueza de unos pocos signifique la pobreza
de muchos. Las cifras de las cuentas bancarias son el
paradigma del mercado y no la dignidad de las personas.
El principio supremo de la ciudadanía mundial es el derecho
de todos a la vida y, como enfatiza Jesús, “vida en
plenitud” (Juan 10,10). ¿Cómo hacer eso viable?
Cualquier alternativa deberá huir de los extremos que
castigaron a una parcela significativa de la humanidad en el
siglo XX: el libre mercado y la planificación burocrática
centralizada. Ninguno de los dos subordina la economía a los
derechos del ciudadano.
·
El
mercado merma las oportunidades, concentrando la riqueza en
manos de pocos, y agrava el estado de injusticia.
·
La
planificación burocrática, aunque ejercida en nombre del
pueblo, de hecho excluye de las decisiones y muchas veces
restringe el ejercicio de la libertad.
Ambos son incompatibles con el medio ambiente y conducen al
dramático proceso actual de calentamiento global.
Para superar esa disyuntiva urge que la lógica económica
abandone el paradigma de la acumulación privada, para
recuperar el del bien común y del respeto a la naturaleza,
de tal modo que la ciudadanía se sobreponga al consumismo, y
los derechos sociales de la mayoría a los privilegios
ostentatorios de la minoría.
El Foro Social Mundial es una luz que se enciende al final
del túnel, rescatando la esperanza de tantos militantes de
la utopía que luchan contra un sistema que imprime al pan
valor de cambio, como mercancía, y no valor de uso, como
bien indispensable para nuestra supervivencia.
Repensar el socialismo supone no identificarlo con el
régimen derribado por el muro de Berlín, así como la
historia de la Iglesia no se reduce a la Inquisición. Si
somos cristianos es porque el Evangelio de Jesús encierra
determinados valores, como la naturaleza sagrada de toda
persona, que sirven incluso de juicio condenatorio a lo que
representó la Inquisición.
Una propuesta alternativa de sociedad debe partir de
prácticas concretas, en las que la economía política y la
ecología se ayuden. Una de las razones de la brutal
desigualdad social imperante en Brasil (75.4% de la riqueza
nacional está en manos de apenas el 10% de la población,
según datos del Ipea de mayo 2008) es la esquizofrenia
neoliberal que divorció la economía de la política, y la
política de lo social y lo ecológico.
La consolidación de la democracia y la defensa de los
ecosistemas en nuestro país dependen ahora de la capacidad
de enfrentar esta cuestión prioritaria: erradicar las
desigualdades sociales. Preservación ambiental y superación
de la miseria son inseparables.
Frei Betto
Traducción de J.L.Burguet
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