Las parábolas (14)
sigue
El PRimoGÉNITO
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El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca
ya de la casa, oyó la música y la danza;
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llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba.
27
Éste le contestó:
- Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar el ternero cebado
por haber recobrado a su hijo sano y salvo.
28
Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e
intentó persuadirlo,
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pero él replicó a su padre:
- A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato
tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta
con mis amigos;
30 en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes
con malas mujeres, matas para él el ternero cebado.
31
El padre le respondió:
- Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!
32 Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo
estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y
se le ha encontrado.
“Sin saltarse un mandato de su padre”. ¡Quien
pudiera hablar como el primogénito! No es mi caso.
¡Y bien que me duele en mi vejez!
Creo de veras que hay muchos como el primogénito. Yo
los envidio. ¡Quién pudiera decir “Te he servido,
sin saltarme nunca un mandato tuyo”!
Se queja con razón. No considera justo lo que ocurre
y lo que hace el padre. Quizá este exacto cumplidor
no sepa que esta parábola se contó para él y por él.
Jesús se vio atacado, con frecuencia, por acoger a
los perdidos, a los pecadores, a las prostitutas, a
los descreídos, a los que vivían al margen de la
Ley. Incluso se le echó en cara el sentarse a su
mesa y comer con ellos. Jesús fue visto,
continuamente, con gentes de mal vivir, marginados
de la clase religiosa. No sólo luchó por los pobres.
También se rodeó de marginados por los moralistas
del templo, aunque fueran ricos.
Jesús vivió su vida como una misión: ayudar a las
gentes desorientadas, con conciencia de pecado,
despreciadas por el templo y los santos. Jesús no se
preocupó de los santos. Por eso fueron los santos
los que le mataron. Y, como santos, lo mataron en
nombre de Dios.
Esta forma de actuar era tan difícil de comprender
que tuvo que explicarlo bien clarito, con una
parábola que ha dominado toda la vida de los
creyentes, durante miles de años. Parábola del
buen Padre, del hijo pródigo, o del hijo santo.
Que cada uno escoja el nombre para esta parábola.
Hoy nos maravillamos de esta obra literaria. En la
religiosidad de aquel pueblo dominado por la Torá y
las purificaciones tuvo que sonar a revolucionario.
Incluso nosotros, gente pecadora de calle, y los
santos jefes de nuestros templos, exigimos que el
pecador se humille, haga penitencia antes de ponerse
de nuevo el anillo, las sandalias o intente sentarse
a comer en la mesa.
Jesús fue un mal negocio para los santos y
primogénitos de su pueblo. Siempre se puso al lado
de los segundones y perdedores.
Amigo, si sólo te queda ya una nostalgia de Dios,
comienza el camino de vuelta. Te espera con la mesa
puesta.
Luís Alemán