La Iglesia de mañana
Recopilación de textos por
Pere Codina Mas
Karl Rahner (1965)
Es un hecho que —quizá aparte del mundo ibérico— ya no
hay países cristianos. En cualquier lugar del mundo y en
cualquier lugar con relación al mundo, el cristianismo está
en una situación de Diáspora, según unos grados variables,
claro está.
Efectivamente, en todas partes constituye una minoría
numérica, al menos si hablamos de un cristianismo
verdaderamente vivido; de hecho, en ninguna parte
desempeña una función de “leadership” que le permita
dejar de un modo potente y sensible la huella de los ideales
cristianos en la vida seglar.
Incluso se puede decir que estamos sin la menor duda en un
período en que este proceso va a intensificarse más aún,
a pesar de las razones que puedan aducirse a este hecho.
(...)
La cristiandad de tipo rural e individualista que
caracterizaba la Edad Media y los tiempos modernos está en
vía de desaparición
según un ritmo de aceleración creciente, precisamente porque
las causas generatrices de este proceso en Occidente siempre
están en activo y no han agotado su eficacia.
[Karl Rahner: Misión y gracia. T. 1, Dinor,
San Sebastián, 1966, p. 59.Edición original: Insbruck
1959]
J. Ratzinger (1970)
De la Iglesia de hoy saldrá
también esta vez una Iglesia que ha perdido mucho. Se
hará pequeña, deberá empezar completamente de nuevo. No
podrá ya llenar muchos de los edificios construidos en la
coyuntura más propicia. Al disminuir el número de sus
adeptos, perderá
muchos de sus privilegios en la sociedad.
Se habrá de presentar a sí
misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como
comunidad voluntaria, a la que sólo se llega por una
decisión libre. Como comunidad pequeña,
habrá de necesitar de modo
mucho más acentuado la iniciativa de sus miembros
particulares.
Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas y
consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan
en su profesión: en muchas comunidades pequeñas, por
ejemplo en los grupos sociales homogéneos, la pastoral
normal se realizará de esta forma. Junto a esto, el
sacerdote plenamente dedicado al ministerio como hasta
ahora, seguirá siendo indispensable.
Volverá a encontrar su auténtico núcleo en la fe y en la
plegaria y volverá a experimentar los sacramentos como
culto divino, no como problema de estructuración litúrgica.
Será una Iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato
político y coqueteando tan poco con la izquierda como con la
derecha.
Será una situación difícil. Porque este proceso de
cristalización y aclaración le costará muchas fuerzas
valiosas. La empobrecerá, la transformará en una Iglesia
de los pequeños. El proceso será tanto más difícil
porque habrán de suprimirse tanto la cerrada parcialidad
sectaria como la obstinación jactanciosa. Se puede
predecir que todo esto necesitará tiempo. El proceso habrá
de ser largo y penoso.
Ratzinger:
Fe y futuro. Sígueme.
1973 pp. 76-77. Orig.:1970]
Card. Joseph Ratzinger (1990)
Quizá haya llegado el momento de despedirnos de una Iglesia
clerical.
Posiblemente estemos ante una nueva época de la historia de
la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una
cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está
surgiendo en grupos pequeños, aparentemente poco
significativos, pero que gastan su vida en luchar
intensamente contra el Mal, y en tratar de devolver el Bien
al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo.
He comprobado que, en Alemania también existen nuevos
movimientos religiosos de este género, pero no quisiera
citar nombres concretos. Probablemente no habrá conversiones
en masa al cristianismo, no se darán cambios que pudieran
ser considerados ejemplares para la historia, pero existe
una presencia nueva y muy fuerte de la fe, que da aliento a
los hombres. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay una
presencia nueva de la fe llena de significado para el
mundo.»
[Card. J. Ratzinger, Sal de la Tierra, p. 18.
1990]
J. Ratzinger: (2000)
Seewald:
Hace muchos años,
usted hablaba en términos proféticos sobre la Iglesia del
futuro: la Iglesia —decía entonces— «se reducirá en sus
dimensiones, hará falta recomenzar de nuevo. Pero de esta
prueba saldrá una Iglesia que habrá sacado una gran fuerza
del proceso de simplificación que habrá atravesado, de la
renovada capacidad para mirar dentro de sí misma». ¿Cuál es
la perspectiva que nos espera en Europa?
Card. Ratzinger:
Para empezar, la Iglesia «se reducirá numéricamente». Cuando
hice esta afirmación, me llovieron de todas las partes
reproches de pesimismo. Y hoy […] cada vez son más los que
admiten la disminución del porcentaje de los cristianos
bautizados en la Europa actual: en una ciudad como
Magdeburgo el porcentaje de los cristianos es tan sólo del
8% de la población total, incluyendo todas las confesiones
cristianas.
Los datos estadísticos
muestran tendencias irrefutables. En este sentido se reduce
la posibilidad de identificación entre pueblo e Iglesia en
determinadas áreas culturales. Debemos tomar nota con
sencillez y realismo.
La Iglesia de masa puede ser
algo muy bonito, pero no es necesariamente la única
modalidad de ser de la Iglesia.
La Iglesia de los primeros tres siglos era pequeña,
sin por esto ser una comunidad sectaria. Por el contrario,
no estaba cerrada en sí misma, sino que sentía una gran
responsabilidad respecto a los pobres, los enfermos,
respecto a todos.
En su seno encontraban sitio todos aquellos que se nutrían
de una fe monoteísta, en búsqueda de una promesa. Esta
conciencia de no ser un club cerrado, sino de estar
abiertos a la comunidad en su conjunto, siempre ha sido un
componente no eliminable en la Iglesia.
Al proceso de reducción numérica que estamos viviendo hoy,
tendremos que hacerle frente también precisamente
explorando nuevas formas de apertura al exterior, nuevas
modalidades de participación de aquellos que están fuera de
la comunidad de los creyentes.
No tengo nada en contra de que personas que durante el año
no han pisado la iglesia vayan a la misa la noche de
Navidad, o con ocasión de otra festividad, porque también
ésta es una forma de acercarse a la luz. Debe, por tanto,
haber formas diversas de implicación y participación.»
[P. Seewald / Ratzinger: «Dios y elmundo» 2002
(Original alemán, 2000). El texto reproducido aquí fue
difundido por Alfa y Omega, (27.11.2001), con el
título: «Católicos, ¿futuro de minoría?».
E. Schillebeeckx (1970)
No todo el universo de los hombres pertenece de hecho a la
communio sacramental de la Iglesia, ni siquiera
aunque entendiéramos por tal «comunión» la totalidad de las
denominaciones cristianas.
La Iglesia ha ido dejando de ser cada vez más una «Iglesia
nacional»
(Volkskirche, «Iglesia de estado»), para
convertirse en una «Iglesia de diáspora».
Y, en todo caso, teniendo en cuenta el pluralismo obvio de
la sociedad actual, la Iglesia se irá convirtiendo
paulatinamente en una «Iglesia de voluntarios», a la que se
pertenezca en virtud de una elección y decisión más
personal.
Por tanto, en la única sociedad hay también un gran número
de personas no cristianas, las cuales trabajan completamente
al margen de la religión en la edificación de un mundo más
digno el hombre.
[E. Schillebeeckx: Dios, futuro del hombre
(1970), p. 139]
Card. Roger Echegaray (1981)
No tenemos por qué escondérnoslo: nuestra Iglesia no ha
hecho sino empezar su éxodo... Ya no sentimos bajo
nuestros pasos aquel humus cristiano que ha nutrido a tantas
generaciones. El pueblo que lentamente avanza tiene menos
practicantes, menos militantes, y son menos numerosos sus
hijos a quienes catequizar.
Los presbíteros que acompañan al pueblo son más escasos,
mayores y debilitados por la sobrecarga o la dispersión de
sus tareas...
Ahora nos percatamos de que el desfase entre el Evangelio y
el mundo es mucho mayor de lo que nuestra memoria colectiva
se imaginaba. (...) Es duro, pero también entusiasmador,
sabernos contemporáneos de Cristo y de los Apóstoles.
[Card. R. Echegaray, Presidente Conf. Episc. Francia.
Discurso a la Asamblea Plenaria, Lourdes, 1981]
Los obispos de Francia (1996)
No podemos pasar por alto los preocupantes índices relativos
al descenso de la práctica religiosa, la pérdida de una
cierta memoria cristiana y las dificultades del relevo.
Están en juego el lugar y el porvenir mismo de la fe en
nuestra sociedad. (...)
Rechazamos toda nostalgia de épocas pasadas,
en las que el principio de autoridad parecía imponerse de
manera indiscutible.
No soñamos con una imposible vuelta a lo que se denomina
«cristiandad».
La crisis por la que atraviesa hoy la Iglesia se debe en
buena medida a la repercusión, en la Iglesia misma y en la
vida de sus miembros, de un conjunto de cambios sociales y
culturales rápidos, profundos y de dimensiones mundiales.
Estamos cambiando de mundo y de sociedad.
Un mundo desaparece, y otro está emergiendo, sin que exista
ningún modelo preestablecido para su construcción. Los
antiguos equilibrios están a punto de desaparecer, y los
nuevos se constituyen con dificultad.
Ahora bien, a lo largo de toda su historia –especialmente en
Europa– la Iglesia se ha solidarizado profundamente
con los equilibrios antiguos y con la figura del mundo
que desaparecía. No sólo se encontraba bien insertada en
ese mundo, sino que había contribuido ampliamente a su
constitución, mientras que la figura del mundo que hay
que construir se nos escapa.
[Los obispos de Francia, Proponer la fe en la
sociedad actual (Carta a los católicos de Francia)
1996].
J.-M. Tillard (1998)
Siendo lúcidos, todo lleva a pensar que hay Iglesias
locales, incluso núcleos importantes de Iglesias
locales, que van a desaparecer del mapa de la
cristiandad.
¿Qué queda de las florecientes Iglesias locales del África
de san Agustín, como no sea una lista de sedes ficticias
para los obispos titulares? ¿Qué queda, en la actual
Turquía, de la bella Iglesia siro-jacobita, lugar
emblemático del cristianismo desde el alba de los tiempos
patrísticos?
¿Qué queda de los cristianos de la Alta Mesopotamia, durante
mucho tiempo tan radiantes? Un religioso asuncionista que
estaba de paso notaba: sólo quedan «antiguas iglesias que
sirven de granja, de establo para los corderos o,
simplemente, de comisaría de policía».
En nuestro Occidente
norteamericano, cabe el temor de que, una vez desaparecida
la generación de cristianos practicantes, se van a cerrar
cada vez más lugares de culto, y eso (tomemos nota de ello)
tendrá como efecto concomitante
la reducción de la visibilidad
de la Iglesia.
Ahora bien, la visibilidad provoca al menos el efecto de
mantener viva una pregunta, la del porqué de esta obra, la
del sentido de sus asambleas, aunque solo reúnan a ancianos
canosos. [...]
¿Somos los últimos cristianos? Ciertamente somos los últimos
de un estilo de cristianismo.
No somos los últimos cristianos.
[Jean M. Tillard, Som nosaltres els últims
cristians?, Claret. Barcelona. 1998]
Obispos vascos (2001)
La crisis social de transmisión de valores y referencias es
un signo inequívoco de que nuestra fe de siempre tiene
que ser repensada, reinterpretada y reformulada en
muchos aspectos a la luz de las circunstancias actuales.
Es un momento delicado en el que algunos rechazan lo que
antes aceptaban sin discusión y ahora consideran
incompatible con la realidad presente. Otros, por el
contrario, continúan aferrándose ciegamente a pasadas
explicaciones, porque las nuevas situaciones superan lo
que pueden asimilar en su arcaica visión del mundo.
Debemos considerar si no ha
llegado ya el momento y la situación que presagiaba el
teólogo Karl Rahner hace unas décadas: «El hombre
religioso de mañana será un místico, una
persona que haya experimentado algo, o no
podrá ser religioso, pues la religiosidad
del mañana no será ya compartida en base a una
convicción pública
unánime y obvia».
[«Transmitir hoy la fe» Carta pastoral de los obispos de
Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria.
Cuaresma-Pascua 2001]
Card. Martini (2006)
La misma Iglesia está inmersa en una serie de problemas
internos que no sería fácil describir en pocas palabras.
Menciono sólo uno, que es propio de Occidente. Cito el
ejemplo de la Iglesia evangélica de Alemania que, después de
encuestas muy precisas, ha publicado el pasado las cifras de
sus fieles comparadas con los de hace diez años.
Unos dos millones cuatrocientos mil cristianos han
abandonado la Iglesia en este periodo. En los tres últimos
decenios, son más de cinco millones.
Y el estudio nota que es sobre todo entre los jóvenes donde
la cultura cristiana se desvanece y aparece casi como
inexistente.
Si nos fijamos en el número de los que se denominan fieles,
el número de los que afirman que mantienen todavía con
más o menos regularidad una práctica religiosa es de uno
sobre diez. Pero unas encuestas estadísticas más
precisas muestran que el 4% de quienes se llaman cristianos
practican regularmente.
Card. Martini:
«El futuro de la Iglesia en el mundo» 2006]
G. Danneels (2007)
Ahora también en la Iglesia se siente la preocupación por el
hecho de que en las sociedades occidentales parece
enrarecerse el consenso compartido sobre algunos valores
morales fundamentales.
Es un dato objetivo que ya no existe una Civitas
cristiana, que el modelo medieval de Civitas
cristiana no vale para el momento actual. Quizás algunos no
se han dado cuenta todavía, pero los cristianos viven en el
mundo tamquam scintillae in arundineto, como chispas
por los rastrojos.
Vivimos en la diáspora. Pero la diáspora es la condición
normal del cristianismo en el mundo. La excepción es la
otra, la sociedad completamente cristianizada.
El modo ordinario de los
cristianos de estar en el mundo es el que se describe ya en
la Carta a Diogneto, del siglo II:
Los cristianos
«ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua
extraña». Habitan «sus propias patrias, pero como
forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo
soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para
ellos patria, y toda patria, tierra extraña.»
Así es cómo somos ciudadanos de la nueva sociedad
secularizada.»
[Danneels:
30Giorni (27 mayo 2007)]