EVANGELIOS Y COMENTARIOS
Edificar sobre roca o edificar sobre arena,
esta es la cuestión.
Si no descubres tu verdadero ser,
tu "ego" seguirá siendo para ti el valor supremo.
Es importante tener en cuenta el contexto del evangelio de hoy. Estamos en el final del sermón del monte que empieza con las bienaventuranzas y continúa a lo largo de los capítulos cinco, seis y siete del evangelio de Mateo.
En estos tres capítulos encontramos resumida toda la enseñanza de Jesús; por eso tiene pleno sentido que termine con la advertencia de que no basta con escuchar y aceptar sus propuestas. Jesús exige a sus seguidores una manera de vivir, no la adhesión a una filosofía puramente teórica. No el que dice “Señor, Señor…” sino el que cumple la voluntad de mi Padre.
La voluntad de Dios no le llegó a Jesús ni nos llegará a nosotros desde fuera. Es nuestro propio ser el que exige una manera de vivir. En lo más hondo de mi ser tengo que descubrir lo que Dios espera de mí.
Es verdad que se dice que la roca es Cristo, pero dejando bien claro que él mismo tuvo que fundamentar su vida humana en lo que había de divino en él. Es decir, Jesús es la roca porque nos lleva al fundamento, que es Dios-Amor en nosotros.
La parábola no necesita ninguna explicación. Lo único que hay que dilucidar es qué significa para nosotros la roca y la arena.
Es relativamente fácil descubrir que si uno se dedica a satisfacer sus sentidos, sus apetitos, sus pasiones, etc., poniendo la parte superior de su ser al servicio de la inferior, no desarrolla lo que es específico del hombre.
Es mucho más difícil descubrir que, siendo una persona profundamente religiosa, se puede equivocar y arruinar igualmente su vida. Buscar en la religión las seguridades que no podemos alcanzar con nuestro esfuerzo, es la mejor manera de equivocarse.
Empeñarse en que Dios mantenga a toda costa lo que en nosotros hay de terreno, de caduco, de contingente, de limitado, es una falsa ilusión, además de ser imposible porque todo lo que es contingente no puede ser eterno, y todo lo que es compuesto termina descomponiéndose.
Aparentemente, lo que nos dice el evangelio está en contradicción con lo que nos dice Pablo. Pero si tratamos de descubrir el sentido profundo, resulta que ambos están diciendo exactamente lo mismo.
El confiar en nuestras obras para alcanzar la salvación, queda excluido radicalmente con las palabras de Pablo. La fe como simple aceptación teórica de unas verdades, salta hecha añicos con la parábola de evangelio. En el mensaje de Jesús, la teoría y la práctica son inseparables.
La cosa más práctica que existe es una buena teoría, siempre que no se quede en teoría. Hay que dejar muy claro, que lo que salva es la actitud interior; pero si esa actitud no se manifiesta en obras, es que no existe. Las obras son la única garantía de una correcta actitud vital.
Si nos damos cuenta de que nuestra existencia es un proceso que tenemos que llevar a cabo cada uno, descubriremos que la principal tarea de todo ser humano esta siempre por hacer.
La principal tarea de todo ser humano es la construcción de sí mismo. Para ello necesita unos planos, pero no puede quedarse contemplándolos. Es necesario que los ejecute.
Somos un proyecto que hay que realizar. Ese proyecto está en lo más hondo de mi ser; sólo tengo que descubrirlo y hacerlo vida. La gran tentación es creer que la casa está ya construida y pretender meternos dentro y disfrutar...
La plenitud humana sólo llegará si desarrollamos lo específicamente humano. Lo propio del hombre es su capacidad de conocer y de amar. Si edificamos sobre los sentidos, los apetitos, las pasiones, estaremos edificando sobre arena. Si nos movemos por el hedonismo, es decir, buscando lo que me pide el cuerpo, lo que me apetece, lo que me gusta, lo más fácil, estaré edificando sobre arena.
Mi verdadero ser exige de mí algo más. Lo que hace crecer nuestro verdadero ser no es aprovecharme de los demás y utilizarlos para conseguir placer, sea del tipo que sea, sino el ponerme al servicio del otro para que él sea más.
La paradoja está en que cuando parece que pierdo, gano; y mientras más me pierda en beneficio del otro, más me gano. Mientras más me doy, más soy yo mismo.
No se trata de dejar de edificar tu propia casa para construir la del prójimo. Este error nos puede costar muy caro, pues nos lleva a considerar el amor como renuncia. Se trata de que mi casa esté edificada sobre la auténtica relación con el otro.
Pero el amor no se puede conseguir directamente, es consecuencia del conocimiento. Del conocimiento puramente sensitivo nace el egoísmo y la defensa a ultranza de la individualidad. Del conocimiento intuitivo, que nos hace descubrir nuestro verdadero ser, nace el amor-unidad. Es el amor que te convierte en roca. Ese es el amor del que nos habla Jesús.
Hay un dato que nos puede ayudar a buscar este simbolismo comunitario. En casi todas las lenguas, la palabra “casa” significa, además del edificio donde el hombre habita, familia, estirpe. En la Biblia encontramos más de mil veces la palabra “casa”, casi todas ellas con este último sentido. La casa de cada uno no se podrá construir nunca al margen de los demás (casa de Israel, casa de Jacob).
La arena no es más que roca descompuesta. Los granos de arena desintegrados no ofrecen ninguna consistencia. Cuando están integrados formando roca, no hay quien los mueva. Ese concepto de unidad es la mejor imagen de lo que llamamos el verdadero amor.
Lo importante es descubrir el aglutinante que haga de la arena, roca. Ese aglutinante es el amor que viene de Dios. El salmo 127 lo indica con toda claridad cuando dice: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”.
Después de dos mil años de cristianismo es muy difícil distinguir entre un verdadero seguimiento de Cristo y la acomodación de su mensaje a nuestros deseos y caprichos. Todo parece indicar que, al contrario de Jesús, que estuvo preocupado por lo que Dios quería del ser humano, nosotros andamos mucho más preocupados por lo que queremos o esperamos de Dios.
La principal preocupación de nuestra religión es asegurar que Dios esté de nuestra parte para sacarnos las castañas del fuego cuando nuestras limitaciones no nos permitan alcanzar nuestros deseos. Incluimos en estos deseos, el más fuerte de todos, el deseo de inmortalidad. Tergiversando el mensaje de Jesús hemos terminando asegurando nuestra supervivencia individual, incluso más allá de la muerte.
La religión (cualquier religión) tiene que ayudar al hombre a conseguir su objetivo último: ser cada día más humano.
Dios no puede querer para el ser humano más que lo mejor, su plenitud. Ahora bien, esa plenitud tiene que llegarle por lo que es específicamente humano, su inteligencia.
No digo su razón, porque esa palabra puede equivocarnos. La capacidad de razonar puede estar completamente al servicio de la parte animal del hombre, con lo cual no le ayudará en nada a alcanzar su plenitud, sino todo lo contrario, le llevará más bajo que los mismos animales, que siguiendo sus instintos consiguen su fin propio.
Todo lo dicho es válido para cualquier cristiano, pero para algunos es, si cabe, más preocupante. Me refiero a aquellos que tenemos la obligación de predicar. Podemos escuchar las palabras, estudiar el mensaje, entenderlo perfectamente y predicarlo a los demás, sin vivir nosotros mismos eso que predicamos.
En mi opinión, esa es la causa de tanto fracaso a la hora de trasmitir nuestra fe. Sobre todo los jóvenes, no aceptan hoy unas propuestas que no ven reflejadas en la vida de los que se las proponen como excelentes.
Meditación-contemplación
“No todo el que me dice Señor, Señor
entrará en el Reino de los cielos”.
Esto exige una profunda meditación.
La más peligrosa trampa de toda contemplación
es creerme que es la meta,
y no un medio para vivir de otra manera.
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Entra dentro de ti
para conocer la más radical exigencia de tu ser.
Descubrirás que te lanza más allá de ti mismo,
al encuentro con el Otro.
Lo que eres de verdad, nunca te llevará al egoísmo.
Descubierta la unidad con todo, te identificarás con todos.
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Sin vida interior, no puede haber relaciones vivas.
Tu verdadero ser te llevará a los demás
sin esfuerzo ni renuncia.
En la medida en que estés en tu Hara,
estarás en armonía con los demás y con el universo entero.
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Marcos Rodríguez