Mt
21,
33-43
(pinchar cita
para leer evangelio)
EL CARAMELO Y EL PAPEL DEL CARAMELO
Seguimos en el contexto de los últimos domingos;
última semana de la vida de Jesús; polémica
final y definitiva con las autoridades del
pueblo.
Entre este texto de Mateo y sus paralelos de
Marcos (12,1) y Lucas (20,9) nos damos cuenta de
que Jesús se está enfrentando a todos los
"grandes" de Israel: fariseos, sacerdotes,
doctores, ancianos. En este contexto se dio la
terrible frase de Jesús "los publicanos y las
prostitutas os llevan la delantera en el Reino
de Dios", que leíamos el domingo pasado.
Esta postura de Jesús le lleva a las dos
parábolas de la reprobación, que leeremos este
domingo y el siguiente.
El mensaje es claro, en aquel contexto: el Reino
se ha ofrecido a Israel, pero Israel no ha
respondido a la elección. Les será arrebatado el
Reino y entregado a otros. La imagen se toma
directamente de Isaías, pues es un tema presente
en la predicación de los profetas.
La cita de Isaías es, por supuesto,
intencionada. Jesús muestra que es él, y no sus
adversarios, el que mantiene la continuidad con
La Palabra expresada en el Antiguo Testamento, y
que sus opositores siguen siendo el Israel
denostado por los mismos profetas. Por esta
razón son más significativos aún los versos
finales, la conclusión que el mismo Jesús saca
de todo esto.
«¿No habéis leído nunca en las
Escrituras: La piedra que los constructores
desecharon, en piedra angular se ha convertido;
fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a
nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará
el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que
rinda sus frutos.» (Salmo 118)
Texto que continúa así:
"El que tropiece con esta piedra se
hará trizas; al que le caiga encima, lo
aplastará"
Así, Jesús se presenta como "piedra angular"
(nosotros entenderíamos mejor la expresión
"primera piedra", "cimientos") y sus opositores
como aquellos que desechan esa piedra, tropiezan
en ella y están destinados al fracaso total.
Resuenan en estas expresiones aquella misma con
que termina según Mateo el Sermón del Monte:
Quien escucha estas palabras mías y
las pone en práctica se parece a un hombre
prudente que construyó su casa sobre roca....
(Mateo 7,24 y su paralelo en Lucas
6,47)
Son por tanto "parábolas de la reprobación de
Israel". Las autoridades del pueblo lo entienden
perfectamente, y los versos siguientes de estos
párrafos lo muestran bien:
"Cuando los sumos sacerdotes y los
fariseos oyeron sus parábolas, comprendieron que
iba por ellos. Intentaron arrestarlo, pero
tuvieron miedo de la gente, que lo tenía por
profeta"
Curiosamente, son casi las mismas expresiones
que usa Mateo refiriéndose a Juan Bautista y
Herodes:
"Herodes quería darle muerte, pero le
asustaba la gente, que tenía a Juan por profeta"
Es decir que Mateo está ya preparando la
presentación de la muerte de Jesús como muerte
de profeta, rechazado por el pueblo por
atreverse a predicar la Palabra de Dios.
Mateo insiste, además, en una progresión de
notable calado teológico: Dios envía a Israel
siervos, otros siervos y finalmente a su Hijo.
El Hijo será matado por Israel y el Reino será
entregado a "otros que den frutos", en alusión
evidente a los paganos, mucho más con el
contexto inmediato de la siguiente parábola, la
del convite de bodas.
Es así como la comunidad de Mateo entiende la
historia de la Salvación. Y tenemos en estos
apuntes una pista magnífica para entender el
drama de los judíos convertidos a Jesús, que no
solo tienen que entender que Jesús da plenitud a
la Ley, sino que tendrán que abandonarla en
aspectos que pensaban fundamentales (la
circuncisión, los alimentos, el Templo).
El último aspecto, y no el menos importante, de
la narración es lo profundo del pecado de los
viñadores: son arrendatarios, pero se quieren
hacer dueños. "Matémosle y quedémonos con su
herencia".
En pocos pasajes del Nuevo Testamento aparece
con tal claridad la esencia del pecado de
Israel: apropiarse de Dios, de la Palabra, de la
Elección, es decir, traicionar a la misma
esencia de la elección. Elegidos para ser
instrumento de Dios, para dar frutos de santidad
que mostrasen a las naciones la Palabra, se han
erigido en privilegiados que aprovechan a Dios
para su propia grandeza rechazando a los demás
pueblos.
Son los viejos pellejos, los viejos odres en los
que no se puede echar el vino nuevo, el viejo
vestido que se rasga con remiendos de la nueva.
Así, la comunidad de Mateo, que proviene en su
mayoría, según todos los especialistas, de
medios judíos e incluso farisaicos, está
proclamando en estos textos su profunda
conversión a Jesús, porque sus viejos odres y
sus viejos vestidos ya se han demostrado
incapaces.
Cuando se escribe este texto ya ha desaparecido
el Templo, y Jerusalén, y la nación judía como
tal, y los cristianos han comprendido que era
Pablo quien había visto claro, mucho tiempo
antes, cuando, dirigiéndose a los judíos de
Roma, y citando (también) a Isaías (6; 9-10),
decía:
"¡Qué bien habló el Espíritu
Santo a vuestros padres por medio del profeta
Isaías!:
Ve a ese pueblo y dile:
Oír, oiréis, pero sin entender;
mirar, miraréis, pero sin ver.
Se ha embotado la mente de este pueblo,
con los oídos apenas oyen,
los ojos se los han tapado,
para no ver con los ojos ni oír con los oídos
ni entender con la mente,
para convertirse, y Yo los curaría.
Pues sabed que esta
salvación de Dios se envía a los paganos, y
ellos escucharán".
(Hechos 28,25)
El mensaje básico es por tanto la interpretación
de la Pasión: Jesús, el enviado de Dios,
rechazado por el pueblo. Con ello, el pueblo,
los edificadores desechan la Piedra Angular.
Es el gran error, el que preside como tesis el
Evangelio de Juan: "Vino a los suyos y los suyos
no le recibieron"... pero " a los que le
recibieron les dio poder ser Hijos de Dios".
Este planteamiento nos puede resultar extraño,
poco cercano. Parece como si Dios hubiese
entregado su Palabra a un pueblo en exclusiva y
que sólo por la indignidad o la traición de ese
pueblo se llega a extender el Mensaje a todos
los pueblos. Dios ha hecho una Alianza con un
pueblo, y no con los otros, ese pueblo es su
preferido, más que los otros.
Si lo interpretamos así, la verdad es que no nos
acaba de gustar. Incluso hay otra manera de
interpretar, aún más rabínica: Dios da una serie
de oportunidades para dar fruto, un número
limitado de oportunidades. Después, se agota el
vaso de su paciencia y castiga: destroza la
viña...
Pero todo eso es el ropaje literario y cultural
de la parábola. Recordamos siempre que la
Palabra de Dios está envuelta en una cultura y
un lenguaje. Lo hemos comparado muchas veces con
el caramelo y su envoltura. El papel no se come.
Nosotros no nos tragamos ni las creencias ni los
modos de pensar ni los tópicos o modos
culturales de Israel. Son el envoltorio, el
papel que envuelve el caramelo. No llamamos
Palabra de Dios a ninguna sabiduría humana, por
muy sabia que sea. En esa sabiduría y en muchas
otras cosas va "envuelta" la Palabra. Uno de
nuestros errores más infantiles ha sido
tragarnos el papel y luego decir que, por eso,
no nos ha gustado la Palabra.
La Palabra aquí es clara y sencilla: Dios es el
sembrador y Jesús la Gran Semilla. Aceptarlo es
sembrar bien: construir sobre él es edificar
bien. Rechazarlo es construir mal, sembrar
abrojos.
Y esta elección no es indiferente: hay que
responder a la palabra de Dios. No en vano todas
estas parábolas terminan (cap 25; 31 y ss) en
una doble cumbre: la parábola de los talentos y
la "parábola" del juicio final. En este conjunto
parabólico se muestra por tanto uno de los ejes
de la Palabra: Dios siembra, nosotros
respondemos: lo que vale al final son los
frutos, y los frutos son servir a los hermanos.
Un hermoso resumen de lo más central del
Mensaje.
Lo demás, lo que creía el pueblo de Israel sobre
su propia elección, los castigos de Dios al que
es infiel a la palabra... y tantas cosas, son el
papel del caramelo, por más que haya muchos que
deberían saber que lo es, pero dicen que hay que
tragárselo.
Decir que eso no es el mensaje no es arbitrario.
Se desprende de la comparación de estas ideas
con el conjunto de palabra de Jesús. Si hay que
perdonar setenta veces siete porque así lo hace
el Padre, está claro que hay que hablar de que
Dios siempre da una nueva oportunidad. Por eso
no es contenido sino envoltorio que a la tercera
oportunidad ya no hay nada que hacer...
No calificamos caprichosamente de "envoltorio"
lo que no nos gusta, sino que reconocemos que
"no va" con el mensaje básico e indiscutible de
Jesús, por lo que nos damos cuenta de que no
pertenece al mensaje sino a su envoltorio
lingüístico o cultural.
Como siempre, independientemente de que esto
fuera un mensaje para su momento o para aquellos
hombres, es una Palabra de Dios para mí. Yo soy
la viña y el Padre es el amo. No es el amo que
posee y espera ganancias: está enamorado de la
viña: la cuida con amor. Es uno de los ejes
básicos de la Palabra que es Jesús. Dios no es
"el Amo, el Juez", sino sobre todo es el Padre
que lo daría todo por el bien de sus hijos.
Esto nos obliga a reconsiderar nuestra vida y
nuestra idea de Dios. No pocas veces nos resulta
imposible "ver" que todo lo de nuestra vida es
un esfuerzo de Dios por nuestro bien. A Jesús le
pasó lo mismo: a las puertas de la Pasión,
tampoco él entendía que aquello fuese bueno, y
pidió con angustia a su padre que cambiase su
voluntad. Y tenía razón: aquello no era bueno,
no era agradable para Jesús: era bueno y
necesario para nosotros: por eso era la voluntad
del Padre.
A veces, tampoco nosotros
vemos el bien que Dios nos hace. Una de las
razones es que no entendemos por "bien" lo mismo
que entiende Dios. Nosotros queremos el bien
sensible ya: la tranquilidad, el cariño, la paz,
la salud.... ahora. Es decir, nosotros
confundimos el camino con el destino, esta vida
con La Vida. Y es éste también uno de los ejes
del mensaje de Jesús: todo lo de aquí es camino,
y en el camino está el esfuerzo y la
provisionalidad: y no es bueno lo agradable,
sino lo que conduce a casa. Sólo con este cambio
de perspectiva entenderíamos de manera muy
diferente la vida y lo que Dios hace por
nosotros.
Pero el aspecto que hoy se destaca es sin duda
la necesidad de "dar fruto". Se espera mucho de
nosotros, porque hemos recibido muchísima
Palabra de Dios. Porque el dinero, la salud, los
amigos, el éxito, son dones dudosos de Dios;
incluso pueden ser dones peligrosos, porque
además de medios de servirle son también
tentaciones que pueden incluso apartarnos del
servicio de Dios. Pero somos ricos, millonarios
en Palabra de Dios, en magníficos ejemplos que
vemos día a día junto a nosotros... Dios siembra
su Palabra en nuestra vida con profusión, con
derroche... para que la viña dé fruto.
No será necesario recordar aquí cuáles son los
frutos: sabemos que son dos: ante todo, nuestra
conversión, volvernos a Él, aceptarle, salir del
pecado y la mediocridad... para servir mejor,
que es la otra cara del mismo mandato: "al
prójimo como a ti mismo".
El resumen está en "servir". Pero hay que ser
válido para servir: lo peor de nuestros pecados
está en que nos impiden servir bien, que nos
hace "inservibles".
Es sencillo el mensaje:
exigente pero sencillo. Jesús fue un buen
servidor, servía siempre, servía para todo, nada
había en él inservible. Y es el Hombre, en él se
muestra la plenitud de lo humano, el hombre
lleno del Espíritu.
Y nosotros lo aceptamos
como Verdad, Camino, Vida, es decir, queremos
ser así, dejarnos llenar por el mismo Espíritu,
para servir tanto como él. Eso es ser cristiano:
intentar servir así. Esa es la respuesta a la
Palabra.
José Enrique
Galarreta