MEMORIA AMNÉSICA
Una ceremonia como la
de la beatificación del 28 de octubre hubiera sido
inconcebible hace cuarenta años, porque el clima
religioso en España era menos beligrante y más
dialogante que ahora.
La Asamblea Conjunta
de Obispos y Sacerdotes españoles celebrada en Madrid en
1971 sometió a votación una proposición que hoy
parecería revolucionaria:
“Si decimos que no
hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya
no está con nosotros” (1 Jn 1,10). Así, pues,
reconocemos humildemente y pedimos perdón porque
nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos
‘ministros de reconciliación’ en el pueblo dividido por
una guerra entre hermanos”.
La propuesta contó con
el apoyo de más del 60% de la Asamblea. En plena
dictadura, los obispos y sacerdotes se reconocían
pecadores con un “nosotros” inclusivo, que iba más allá
de los actores eclesiásticos durante la guerra civil,
asumían su responsabilidad por no haber sido agentes de
paz durante la Guerra Civil y creían necesario pedir
perdón por ello.
Fue el momento de la
ruptura de la Iglesia católica con la dictadura y con el
rancio nacionalcatolicismo que hasta entonces la había
sustentado, y del compromiso con la democracia.
Los clérigos españoles
hicieron un sincero ejercicio de autocrítica por las
actitudes poco ejemplares adoptadas en el pasado. En la
Asamblea ni siquiera se tomaron en consideración algunas
voces aisladas que pedían el reconocimiento del
sacrificio de muchos miles de presbíteros y fieles
muertos pacíficamente durante la guerra civil.
Actitud que coincidía
con la de los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI,
contrarios a las beatificaciones, ya que se hubieran
entendido como una nueva legitimación del franquismo y
de la “cruzada”. Eran tiempos de reconciliación y de
diálogo, de perdonar y de pedir perdón, actitudes
auténticamente evangélicas.
Quince años después la
Iglesia católica española seguía oponiéndose a las
beatificaciones. El Congreso de Evangelización celebrado
en Madrid en 1985 volvía a reiterar su negativa en una
declaración que no deja lugar a dudas.
“Ante el cincuenta
aniversario de la Guerra Civil española creemos que no
es oportuno llevar adelante el proceso de beatificación
de los mártires de la Cruzada”.
Sin embargo,
inesperadamente y contra todo pronóstico, la actitud de
la jerarquía española y del Vaticano cambió. A partir
de 1987, comenzaron a activarse de manera compulsiva los
procesos –algunos masivos- de beatificación con
discursos excluyentes y motivaciones frentistas: “ellos
contra nosotros”.
El último ha tenido
lugar el 28 de octubre con la beatificación de 498
mártires en la plaza del Vaticano en una ceremonia
solemne a la que asistieron decenas de miles de
personas. Los obispos españoles habían invitado a los
fieles a peregrinar a Roma para celebrar el martirio “de
quienes dieron su vida por amor a Jesucristo, en España,
durante la persecución religiosa de los años treinta del
siglo pasado”.
La jerarquía católica
consideraba el acto “una hora de gracia para la Iglesia
que peregrina en España y para toda la sociedad”,
especialmente necesaria “en estos momentos en los que,
al tiempo que se difunde la mentalidad laicista, la
reconciliación aparece amenazada en nuestra sociedad”.
El cambio del clima
eclesial en España y en Roma no puede ser más radical.
Se aprecia en el mismo lenguaje, político más que
religioso, de confrontación y no de reconciliación, de
autoafirmación en vez de autocrítica; un lenguaje
desafiante más que penitencial, de condena de los otros
y de auto-exculpación más que de asunción de
responsabilidades compartidas.
En la Asamblea de 1971
se hablaba de un pueblo dividido por una guerra entre
hermanos, ahora se habla de “persecución religiosa”.
Entonces se valoraba positivamente la secularización
como espacio propicio para vivir la fe libremente y sin
coacciones ambientales, ahora se habla de mentalidad
laicista. En 1971 se evitó intencionadamente el lenguaje
sacrificial y martirial porque no reflejaba
adecuadamente lo vivido en la guerra civil, ahora se
utiliza sin reparo alguno: “dieron su vida por
Jesucristo”.
Si en aquella Asamblea
se hizo un proceso al franquismo en toda regla, ahora
los dardos episcopales se dirigen con frecuencia contra
la democracia. Si entonces se tendían puentes de diálogo
con la sociedad y con la cultura, ahora se anatematiza a
ambas.
La negativa de la
jerarquía española a pedir perdón por haber apoyado al
bando de los sublevados y a la dictadura, la oposición
frontal a la Ley de la Memoria Histórica, acusándola de
parcial y revanchista, cuando es un acto de justicia y
de rehabilitación de todas las víctimas, y, ahora, la
beatificación de los mártires son pruebas fehacientes de
que la memoria de la Iglesia católica es frágil,
quebradiza, más aún, interesadamente selectiva y
excluyente. Sólo reconoce y rehabilita a las víctimas de
un bando, a quienes coloca la aureola del martirio y
eleva a los altares como ejemplos a imitar, mientras se
olvida de las víctimas del otro bando, a quienes quizás
ni siquiera reconozca como tales.
Y lo ha hecho a través
de una ceremonia multitudinaria y triunfal en el centro
de la Cristiandad, con representación política oficial,
con la cruz como estandarte y con un boato que humilló
todavía más a las víctimas asesinadas por el franquismo
durante la guerra y la dictadura. Pare ellas no hubo un
recuerdo el 28 de octubre en la plaza del Vaticano como
tampoco un acto público de rehabilitación, ni religioso
ni político. ¡Todo un ejemplo de memoria “anmnésica”, de
arrogancia poco evangélica y de falta de misericordia!
Los obispos españoles,
con el apoyo del Vaticano, aprovechan cualquier
manifestación religiosa por muy sagrada que sea, como
ésta de la beatificación, para hacer política
partidista, en este caso contra una Ley que cuenta con
la mayoría parlamentaria. La Iglesia católica ha perdido
una nueva oportunidad de ser testigo de reconciliación y
ha vuelto a ser signo de división.
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra
de Teología y Ciencias de las Religiones, de la
Universidad Carlos III de Madrid.
Subir