Eluana
Sin más
apellidos que su muerte, que su dolor-hijo diecisiete años
parido, que su alma vegetal como un helecho nevado. Se fue
yendo despacio, apoyado el silencio en sus ojos dormidos.
Lentamente muriendo, como se muere un amor original, el beso
adolescente, el primer trago de vino y carne. Sin ruido,
como la luz, la sonrisa o el roce del viento.
Gritaba Berlusconi desde su macabra y vergonzosa conciencia.
Conciencia de implante y silicona, sucia, saldo de
mercadillo todo a cien. Conciencia manoseada, prostituida,
de segunda, tercera mano. Acostumbrada a estrechar manos que
firman sentencias de muerte, que declaran guerras
preventivas, que hace de la inmigración hambrienta una
delincuencia.
Berlusconi sufriendo por la muerte de Eluana. Berlusconi
obcecado en salvar esa vida, olvidando complicidades
sanguinarias, exiliándose de la propia corrupción, de la
cárcel, de la justicia, para ejercer de hombre bueno, santo,
inmaculado, junto a Benedicto de blanco,
zapatos-lujo-elegante.
Benedicto, empujando las puertas de la muerte de Eluana
porque espera un milagro. El Papa no cree en la ciencia, no
cree en el hombre. Tiene fe en lo imposible. El Vaticano es
el mundo-ajeno-al-mundo, residencia hipócrita y farisea.
Benedicto-Berlusconi apelando a un dios caricatura, gozando
con el sufrimiento humano, artista del dolor, dibujante de
miserias, vendedor de tragedias listas para consumir por
estómagos resignados. Exigiendo justicia para la mano
asesina. Que Dios la perdone, imploraba el Papa. Sin
clemencia para Eluana, porque su deber era sufrir, sólo
sufrir, adornando la existencia de los que tienen escocido
el corazón.
“Eluana
no ha muerto, ha sido asesinada”. Lo dijo un senador
italiano. Pudo más esa muerte crecida en el costado que la
conciencia redentora de Berlusconi, de Benedicto, del
senador blasfemo.
Querían forzar la alimentación de esa niña muerta hace
diecisiete años. Gritaban a favor de la vida, ellos,
acostumbrados a sillas eléctricas, a inyecciones letales, a
bombas de racimo. Les resultaba cruel dejarla morir de
hambre. Preferían que muriera de pena, de asco, de abandono,
pero con el estómago lleno.
Cada siete segundos muere un niño de hambre. El sida
acuchilla a millones de seres. A las mujeres las matan los
que un día les colgaron un beso en los ojos. Las guerras son
un factor de desarrollo. El petróleo corre por la piel de
los países consumistas a costa de que a los pobres sólo les
chorree sangre. Las venas de los pobres están vacías. Son
conductos huecos. De los pechos de las mujeres africanas
sólo mana la nada. Una nada envenenada que mata la cría de
ojos grandes y estómagos planetarios.
Desconectamos a tres cuartas partes de la humanidad del tubo
de la alimentación porque si ellos comieran a lo mejor
peligraban la riqueza, los monopolios, la avaricia
insaciable de unos cuantos. A nadie le importa el pobre sin
derecho al pan bueno de la vida.
Para algunos Eluana era sólo un expediente
político-religioso que cuestionaba el enfrentamiento del
hombre consigo mismo.
Adiós, Eluana. Saluda al viento de parte de todos los que
queremos morir, pronto tal vez, con la dignidad vertical de
los cipreses.
Rafael Fernando Navarro
http://marpalabra.blogspot.com