SOS por la Iglesia de hoy
El autor
de este grito tiene 78 años. Hace tres años escribió una
carta personal al papa, abriéndole su corazón sangrante.
Ante la falta de respuesta, la ha hecho pública y circula
ahora por todo el mundo. Ha hecho bien, porque su análisis
es muy certero y debe ser compartido.
Atrio
CARTA
PERSONAL AL PAPA BENEDICTO XVI
Santo
Padre:
Me atrevo
a dirigirme directamente a usted, pues mi corazón sangra al
ver el abismo en el que se está precipitando nuestra
Iglesia. Sabrá disculpar mi franqueza filial, inspirada a la
vez por “la libertad de los hijos de Dios” a la que nos
invita San Pablo, y por mi amor apasionado por la Iglesia.
Le
agradeceré también sepa disculpar el tono alarmista de esta
carta, pues creo que “son menos cinco” y que la situación no
puede esperar más.
Permítame
en primer lugar presentarme.
Jesuita egipcio-libanés de rito melquita.
Desde
hace tres años soy rector del colegio de los jesuitas en El
Cairo, tras haber desempeñado los siguientes cargos:
superior de los jesuitas en Alejandría, superior regional de
los jesuitas de Egipto, profesor de teología en El Cairo,
director de Caritas-Egipto y vicepresidente de Caritas
Internationalis para Oriente Medio y África del Norte.
Conozco
muy bien a la jerarquía católica de Egipto por haber
participado durante muchos años en sus reuniones como
Presidente de los superiores religiosos de institutos en
Egipto. Tengo relaciones muy cercanas con cada uno de ellos,
algunos de los cuales son antiguos alumnos míos. Por otra
parte, conozco personalmente al Papa Chenouda III, al que
veía con frecuencia.
En cuanto
a la jerarquía católica de Europa, tuve ocasión de
encontrarme personalmente muchas veces con alguno de sus
miembros, como el cardenal Koening, el cardenal Schönborn,
el cardenal Martini, el cardenal Daneels, el Arzobispo
Kothgasser, los obispos diocesanos Kapellari y Küng, los
demás obispos austríacos y otros obispos de otros países
europeos. Estos encuentros se producen con ocasión de mis
viajes anuales para dar conferencias por Europa: Austria,
Alemania, Suiza, Hungría, Francia Bélgica…
En estos
recorridos me dirijo a auditorios muy diversos y a los media
(periódicos, radios, televisiones…). Lo mismo hago en Egipto
y en Oriente Próximo.
He
visitado unos cincuenta países en los cuatro continentes y
he publicado unos treinta libros en unas quince lenguas,
sobre todo en francés, árabe, húngaro y alemán. De los trece
libros en esta lengua, quizá haya leído usted “Gottessöhne,
Gottestöchter” [Hijos, hijas de Dios], que le hizo llegar su
amigo el P. Erich Fink de Baviera.
No digo
esto para presumir, sino para decirle sencillamente que mis
intenciones se fundan en un conocimiento real de la Iglesia
universal y de su situación actual.
Vuelvo al
motivo de esta carta, intentaré ser lo más breve, claro y
objetivo posible. En primer lugar, unas cuantas
constataciones (la lista no es exhaustiva):
1. La
práctica religiosa está en constante declive. Un número cada vez más reducido de personas de la tercera edad, que
desaparecerán enseguida, son las que frecuentan las iglesias
de Europa y de Canadá. No quedará más remedio que cerrar
dichas iglesias o transformarlas en museos, en mezquitas, en
clubs o en bibliotecas municipales, como ya se hace. Lo que
me sorprende es que muchas de ellas están siendo
completamente renovadas y modernizadas mediante grandes
gastos con idea de atraer a los fieles. Pero no es esto lo
que frenará el éxodo.
2.
Seminarios y noviciados se vacían al mismo ritmo, y las
vocaciones caen en picado.
El futuro es más bien sombrío y uno se pregunta quién tomará
el relevo. Cada vez más parroquias europeas están a cargo de
sacerdotes de Asia o de África.
3. Muchos
sacerdotes abandonan el sacerdocio y los pocos que lo
ejercen aún
–cuya edad media sobrepasa a menudo la de la jubilación–
tienen que encargarse de muchas parroquias, de modo
expeditivo y administrativo.
Muchos de ellos, tanto en Europa como en el Tercer Mundo,
viven en concubinato a la vista de sus fieles, que
normalmente los aceptan, y de su obispo, que no puede
aceptarlo, pero lo soporta teniendo en cuenta la escasez de
sacerdotes.
4. El
lenguaje de la Iglesia es obsoleto, anacrónico, aburrido,
repetitivo, moralizante, totalmente inadaptado a nuestra
época.
No se trata en absoluto de acomodarse ni de hacer demagogia,
pues el mensaje del Evangelio debe presentarse en toda su
crudeza y exigencia. Se necesitaría más bien proceder a esa
“nueva evangelización” a la que nos invitaba Juan Pablo II.
Pero
ésta, a diferencia de lo que muchos piensan, no consiste en
absoluto en repetir la antigua, que ya no dice nada, sino en
innovar, inventar un nuevo lenguaje que exprese la fe de
modo apropiado y que tenga significado para el hombre de
hoy.
5. Esto
no podrá hacerse más que mediante una renovación en
profundidad de la teología y de la catequética, que deberían
repensarse y reformularse totalmente.
Un sacerdote y religioso alemán que encontré recientemente
me decía que la palabra “mística” no estaba mencionada ni
una sola vez en “El nuevo Catecismo”. No lo podía creer.
Hemos de constatar que nuestra fe es muy cerebral,
abstracta, dogmática y se dirige muy poco al corazón y al
cuerpo.
6. En
consecuencia, un gran número de cristianos se vuelven hacia
las religiones de Asia, las sectas, la new-age, las iglesias
evangélicas, el ocultismo, etcétera.
No es de extrañar. Van a buscar en otra parte el alimento
que no encuentran en casa, tienen la impresión de que les
damos piedras como si fuera pan. La fe cristiana que en otro
tiempo otorgaba sentido a la vida de la gente, resulta para
ellos hoy un enigma, restos de un pasado acabado.
7. En el
plano moral y ético, los dictámenes del Magisterio,
repetidos a la saciedad, sobre el matrimonio, la
contracepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad,
el matrimonio de los sacerdotes, los divorciados vueltos a
casar, etcétera, no afectan ya a nadie y sólo producen
dejadez e indiferencia. Todos estos problemas morales y pastorales merecen
algo más que declaraciones categóricas. Necesitan un
tratamiento pastoral, sociológico, psicológico, humano… en
una línea más evangélica.
8. La
Iglesia católica, que ha sido la gran educadora de Europa
durante siglos, parece olvidar que esta Europa ha llegado a
la madurez. Nuestra Europa adulta no quiere ser tratada como menor de
edad. El estilo paternalista de una Iglesia “Mater et
Magistra” está definitivamente desfasado y ya no sirve hoy.
Los cristianos han aprendido a pensar por sí mismos y no
están dispuestos a tragarse cualquier cosa.
9. Las
naciones más católicas de antes –Francia, “primogénita de la
Iglesia” o el Canadá francés ultracatólico– han dado un giro
de 180º y han caído en el ateísmo, el anticlericalismo, el
agnosticismo, la indiferencia.
En el caso de otras naciones europeas, el proceso está en
marcha. Se puede constatar que cuanto más dominado y
protegido por la Iglesia ha estado un pueblo en el pasado,
más fuerte es la reacción contra ella.
10. El
diálogo con las demás iglesias y religiones está en
preocupante retroceso hoy.
Los grandes progresos realizados desde hace medio siglo
están en entredicho en este momento.
Frente a
esta constatación casi demoledora, la reacción de la iglesia
es doble:
– Tiende
a minimizar la gravedad de la situación y a consolarse
constatando cierto repunte en su facción más tradicional y
en los países del tercer mundo.
– Apela a
la confianza en el Señor, que la ha sostenido durante veinte
siglos y será muy capaz de ayudarla a superar esta nueva
crisis, como lo ha hecho con las precedentes. ¿Acaso no
tiene promesas de vida eterna?
A esto
respondo:
– No es
apoyándose en el pasado ni recogiendo sus migajas como se
resolverán los problemas de hoy y de mañana.
– La
aparente vitalidad de las Iglesias del tercer mundo es
equívoca. Según parece, estas nuevas Iglesias atravesarán
pronto o tarde por las mismas crisis que ha conocido la
vieja cristiandad europea.
– La
Modernidad es irreversible y por haberlo olvidado es por lo
que la Iglesia se encuentra hoy en semejante crisis. El
Vaticano II intentó recuperar cuatro siglos de retraso, pero
se tiene la impresión que la Iglesia está cerrando
lentamente las puertas que se abrieron entonces, y tentada
de volverse hacia Trento y Vaticano I, más que hacia un
Vaticano III. Recordemos la declaración de Juan Pablo II
tantas veces repetida: “No hay alternativa al Vaticano II”.
– ¿Hasta
cuándo seguiremos jugando a la política del avestruz y a
esconder la cabeza en la arena? ¿Hasta cuándo evitaremos
mirar las cosas de frente? ¿Hasta cuándo seguiremos dando la
espalda, crispándonos contra toda crítica, en lugar de ver
ahí una oportunidad de renovación? ¿Hasta cuándo
continuaremos posponiendo ad calendas graecas una reforma
que se impone y que se ha abandonado demasiado tiempo?
– Sólo
mirando decididamente hacia delante y no hacia atrás, la
Iglesia cumplirá su misión de ser ”luz del mundo, sal de la
tierra, levadura en la pasta”. Sin embargo, lo que
constatamos desgraciadamente hoy es que la Iglesia está en
la cola de nuestra época, después de haber sido la
locomotora durante siglos.
– Repito
lo que decía al principio de esta carta: “¡SON MENOS CINCO!”
–¡fünf vor zwölf!– La Historia no espera, sobre todo en
nuestra época, en la que el ritmo se embala y se acelera.
– Toda
operación comercial que constata un déficit o disfunción se
reconsidera inmediatamente, se reúne a expertos, intenta
recuperarse, se movilizan todas sus energías para superar la
crisis. ¿Por qué la Iglesia no hace otro tanto? ¿Por qué no
moviliza a todas sus fuerzas vivas para un aggiornamento
radical? ¿Por qué? ¿Por pereza, dejadez, orgullo, falta de
imaginación, de creatividad, quietismo culpable, en la
esperanza de que el Señor se las arreglará y que la Iglesia
ha conocido otras crisis en el pasado?
– Cristo,
en el Evangelio, nos pone en guardia: “Los hijos de las
tinieblas gestionan mucho mejor sus asuntos que los hijos de
la luz…”
ENTONCES,
QUÉ HACER?… La Iglesia tiene hoy una necesidad imperiosa y
urgente de una TRIPLE REFORMA:
1. Una
reforma teológica y catequética para repensar la fe y
reformularla de modo coherente para nuestros contemporáneos.
Una fe que ya no significa nada, que no da sentido a la
existencia, no es más que un adorno, una superestructura
inútil que cae de sí misma. Es el caso actual.
2. Una
reforma pastoral para repensar de cabo a rabo las
estructuras heredadas del pasado.
3. Una
reforma espiritual para revitalizar la mística y
repensar los sacramentos con vistas a darles una dimensión
existencial, a articularlos con la vida.
Tendría
mucho que decir sobre esto. La Iglesia de hoy es demasiado
formal, demasiado formalista. Se tiene la impresión de que
la institución asfixia el carisma y que lo que finalmente
cuenta es una estabilidad puramente exterior, una honestidad
superficial, cierta fachada. ¿No corremos el riesgo de que
un día Jesús nos trate de “sepulcros blanqueados”?
Para
terminar, sugiero la convocatoria de un sínodo general a
nivel de la iglesia universal, en el que participaran todos
los cristianos, católicos y otros, para examinar con toda
franqueza y claridad los puntos señalados más arriba y los
que se propusieran. Tal sínodo, que duraría tres años, se
terminaría con una asamblea general –evitemos el término
“concilio”– que sintetizara los resultados de esta
investigación y sacara de ahí las conclusiones.
Termino,
Santo Padre, pidiéndole perdón por mi franqueza y audacia y
solicito vuestra paternal bendición. Permítame también
decirle que vivo estos días en su compañía, gracias a su
extraordinario libro “Jesús de Nazareth”, que es objeto de
mi lectura espiritual y de meditación cotidiana.
Suyo
afectísimo en el Señor,
Henri Boulad, S.J.
henriboulad@yahoo.com
Graz,
18 de julio de 2007