EVANGELIOS Y COMENTARIOS     

                             
                              

 

                            

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Mc 7, 31-37

(pinchar cita para leer evangelio)

 

SILENCIANDO EL PENSAMIENTO

PARA EMPEZAR A VER

 

 

En el Primer Testamento, la sordera y la ceguera tenían un sentido figurado: indicaban la resistencia del pueblo de Israel para “entender” y obedecer a Yhwh. En el evangelio, sigue teniendo ese mismo sentido y, particularmente en el de Marcos, alude a la “dureza” de los discípulos para entender y para “ver” a Jesús, así como –en este relato se habla de alguien que “no podía hablar”– para proclamar el mensaje de la Buena Noticia.

 

En la forma como nos ha llegado a nosotros, aparece como un “relato de curación”, según las costumbres de los curanderos de la época. La antigüedad atribuía a la saliva propiedades curativas: dado que el aliento (la respiración, el espíritu) era equivalente a la vida, y la saliva era “aliento condensado”, se creía que untar con saliva era un modo de comunicar “vitalidad” al enfermo. En nuestro texto, la curación capacita al enfermo para que pueda oír y hablar “sin dificultad”.

 

El relato termina con la insistencia en el silencio –el conocido tema del “secreto mesiánico”, típico de Marcos, del que ya hemos hablado en otras ocasiones- y con la alusión a una reacción de asombro, de las mayores que se recogen en el evangelio.

 

Ahí terminaría la lectura literal del texto…, pero quien conoce el modo como se han escrito los evangelios, sabe que justamente ahí es donde empieza.

 

Hay indicios que nos invitan a leer el texto en clave simbólica y catequética. Al no darse ningún dato sobre el hombre enfermo, parece claro que se trata de un tipo representativo: la referencia al grupo de los discípulos parece clara; de hecho, esa misma imagen alusiva se repetirá más veces en el evangelio de Marcos.

 

Por otro lado, dice el texto que se lo llevó “aparte”. Es el modo como este mismo evangelio habla de los discípulos, a quienes Jesús tiene que llevar “aparte” para ayudarles a entender.

 

Además, en un primer momento el texto griego usa el término ôta para nombrar los oídos (órganos de audición); en cambio, cuando dice que “se le abrieron”, utiliza la expresión hai akoai, que se presta al sentido figurado de “el entendimiento”. De la misma manera, el “hablar correctamente” parece referirse al hecho de anunciar con claridad la Buena Noticia.

 

¿Cuál es, pues, el significado que encierra este relato? Creo que podemos entenderlo como una catequesis, con un doble subrayado:

·         por un lado, es cristológica: busca decir al lector quién es Jesús;

·         por el otro, se trata de una llamada a los discípulos, a quienes desea estimular en un seguimiento atento de Jesús.

 

La primera intencionalidad queda clara en la frase con la que termina el relato: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mundos”. Es una confesión de fe admirada en Jesús, que es justamente lo que se intenta despertar en el lector.

 

La fórmula: “Todo lo ha hecho bien” remite nada menos que al relato de la creación primera. Culminada su obra, Dios vio todo lo que había hecho, y “todo era muy bueno” (Libro del Génesis 1,31). Es una forma recurrente en la primera comunidad para presentar a Jesús como el autor de la “nueva creación”.

 

Por otro lado, la segunda mitad de aquella confesión significa el cumplimiento de la promesa anhelada por Isaías: “Se alegrarán el desierto y el yermo… Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán” (Isaías 35,5). La catequesis sobre Jesús lo presenta como aquél en quien las promesas proféticas –los tiempos mesiánicos– alcanzan su cumplimiento: Jesús es la definitividad.

 

Pero la catequesis contiene una segunda intencionalidad: la de “despertar” a los discípulos –no sólo al grupo de “los Doce”, que en este evangelio son presentados como “ciegos” y “sordos”, “lentos para entender”, sino a todos los que integran la comunidad de Marcos–, para que comprendan quién es Jesús y puedan proclamarlo. De ese modo, la catequesis proclama la centralidad de la persona de Jesús y busca acrecentar la fe de la comunidad en él.

 

Así leído, el texto deja de ser el relato de un hecho anecdótico –la curación de un sordomudo-, para convertirse en una catequesis válida para cualquier tiempo.

 

Por eso, el texto puede interpelarnos hoy sobre nuestra “sordera” y “ceguera”. ¿Sé “escuchar” la voz de Dios que me habla en todo lo que ocurre? ¿Sé “ver” su Presencia en todo lo que es? ¿Soy consciente de mi no-separación con Jesús y con toda la realidad, accediendo así a la visión de la plenitud de la que hablaba Isaías y a la que apuntaba ya el mismo relato del Génesis?

 

En nuestra cultura occidental, la filosofía convencional nos llegó a convencer de que no existe otra forma de acceder a lo real que la del pensamiento condicionado.

 

Sin embargo –como ha escrito Mónica Cavallé–, la sabiduría y una parte del pensamiento postmoderno nos dicen que es posible alcanzar una experiencia y una visión no condicionadas de la realidad. Podemos abandonar esta “prisión” [del pensamiento] en la medida en que podemos descubrir y experimentar que nuestra identidad básica es más originaria que el yo superficial, e incluso que nuestra estructura psicofísica; más originaria que el nivel en el que se desenvuelve el pensamiento condicionado.

 

Hay un conocimiento superior al pensamiento: la visión. Una cosa es pensar, y otra ver. Cada vez que tomamos conciencia de que nuestro pensamiento está condicionado, ya hemos empezado a ver. Pensar es interpretar y proyectar. Ver equivale a “dejar en suspenso” los pensamientos para poder mirar desde “más allá” de ellos. (M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Martínez Roca, Barcelona 2006, p.163ss).

 

Cuando no tomamos distancia de nuestros pensamientos, sino que estamos identificados con ellos (es decir, con el yo), no logramos “entender” nada. Como decía Krishnamurti, “la interpretación de los hechos nos impide ver”.

 

Tampoco vale apelar al “sentido común”, porque habitualmente estamos dormidos, y el “sentido común” de una persona dormida es poco fiable.

 

Para ver, se requiere empezar por reconocer que ordinariamente no vemos y tener la firme decisión de querer ver. A partir de ahí, necesitamos aprender a acallar la mente, para poder ir “más allá” de ella, al “lugar” donde está la consciencia sin pensamientos, la “pura consciencia de ser” –de la que hablaba el autor de “La Nube del no saber”-, que coincide con la Presencia… y con la visión.

 

Por eso se entiende que, mientras permanecemos en la mente –identificados con ella-, no podemos tener sino ideas o creencias –el yo religioso es “creyente”-; sin embargo, cuando tomamos distancia de la mente, gracias al silenciamiento, empezamos a “ver” y descubrimos la relatividad y la pobreza de cualquier idea o creencia. El “creyente” pasa a ser “místico”.

 

Para poder “entender” a Jesús no es suficiente con “asentir mentalmente” a su palabra, ni con aceptar literalmente lo que afirman los dogmas cristológicos. Todo ello es aún muy pobre y muy relativo.

 

Para entenderlo en profundidad, necesitamos ir accediendo a la “visión” que él mismo tenía, una visión que trasciende el pensamiento –o mejor, que emerge cuando el pensamiento se silencia- y nos pone en comunión con la dimensión más profunda de lo Real, el Misterio de lo que es, el “Abbá” de Jesús.  

 

 

 Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com